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y se fue desarrollando rumbo al diario oscilante entre el asesinato y
el suicidio de una personalidad agónicamente destinada al anoni-
mato, a la soledad; y por otro, en cambio, la de Esther M. García,
cuya intención de descender a los infiernos de la violencia femi
nicida del norte del país fue avanzando al ritmo de una daga que se
clava capa tras capa: su escritura renuncia al yo poético para abrir
paso a una pluralidad de voces que articulan un horror coral que va
recorriendo la espeluznante cartografía de lo indecible, mientras
que la de Aurelia, por su parte, explora una región poética en apa-
riencia más distante, mostrándose capaz de afilar el lenguaje como
un bisturí perfecto para diseccionar una realidad íntima.
Los otros cinco proyectos dirigen su atención hacia lugares
tan distintos como el canto autobiográfico, en el caso de Inti
García Santamaría, que cuestiona ferozmente la economía de
privilegios en la que suele estar sustentado cierto decir poético
prestigiado, su cómplice reproducción, la demagogia poética y
política que aquí se desmonta desde la precariedad e intimidad
de un yo expresivo que se niega a hacer eco dentro del poema a
la desigualdad social que opera fuera; o bien, el del mundo de
Luis Eduardo García, donde la pregunta ocupa un lugar protagó-
nico y visible, piedra angular sobre la que se erige una esc ritura
al borde de lo conceptual: poemas que son la alegre constatación
del fracaso por intentar definir qué es –y qué no es– poesía mer-
ced a la reflexión sarcástica de los supuestos alcances híbridos del
poema moderno.
Los esfuerzos de Miguel Gaona exploran las posibilidades
de la lírica en medio de estos malos tiempos: ¿es aún posible ese
tipo de enunciación, esa fe en la belleza y el lenguaje? Llevado
por el ritmo de la lengua, busca mecanismos para sostener esa
música, o para perderse y perdernos, para dejarse llevar por la
introspección conducida por la corriente eléctrica casi neuronal
de la palabra cargada de significado, de la verdad de fondo con-
formada por el sonido. Pablo Piceno y Juan Francisco Herrerías
trazan líneas de fuga. El primero escapa de cualquier certeza de
lo que suele considerarse poesía mediante una incesante experi-
mentación escritural que atraviesa hablas y geografías. Su broche
de oro abre y cierra gracias a sus características de clavo ardiente,
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