Page 71 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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alfonso valencia

¿Por qué íbamos nosotros a hacerle algo? ¿Por qué íbamos noso-
tros a faltarle a don Ezequiel? ¿Qué nos ha hecho?

    Pero Eleazar no entendió razones. Le amarró las manos con
una cuerda larga y el extremo lo ató a la defensa de su camioneta.
Lo arrastró por el monte hasta que de Trescoronas quedó sólo un ma-
nojo de sangre al que se le asomaban los huesos entre los raspones.

    Avanzó entre el murmullo de la gente que la envolvía como un remo­
    lino de polvo. Sintió las palabras vibrar en sus orejas. Un perro loco
    en sus orejas, mordiendo: Santa. Loca. Ciega. Quedó loca. “¡Se lleva­
    ron a mis hijos!,” gritó, “¡Las luces del monte se llevaron a los dos!”.
    Pero eso no amainó el siseo, el murmullo bajo que le llovía. Se detu­
    vo. Las voces disminuyeron de a poco hasta convertirse en un hueco
    en el aire. Parecía que iba a decir algo, pero tan pronto dio un paso
    hacia donde supuso se abría el círculo de gente que la rodeaba, sin­
    tió cómo su pie derecho no alcazaba el piso a la misma altura que
    el izquierdo y extendió los brazos para protegerse de la caída. Pero el
    desplomarse siguió: en vez de golpear contra los adoquines de la
    plaza, su cuerpo siguió girando hasta alcanzar una verticalidad in­
    vertida que le concentró la sangre en la cabeza. Siguió girando como
    si cayera a un precipicio pero no sintió el vacío ni el terror de la
    caída; ese espanto que nos despierta cuando soñamos que tropeza­
    mos. Lo contrario: supo que se separaba del piso porque escuchaba
    las voces y los gritos de la gente detrás de ella, lejos. Y cómo le fal­
    taba el aire. Y cómo se perdía de a poco en una luz tan intensa que
    alcanzaba a ver las manchas de sus ojos quemados desde dentro. Los
    que vieron la ascensión de la Santa se persignaron los párpados.

El ataúd, iluminado desde lo alto por una lámpara que arrojaba
una luz temblorosa, reproducía la silueta oscura de Ezequiel en su
marmoleada superficie. Lo abrió lentamente. Algo en lo mullido
del interior daba la impresión de un cuerpo que recién se levantara
para ir a otra parte. Tocó la tela esperando encontrarla tibia. Sus
dedos, pequeños como corchos de botellas, hallaron el e­ scapulario:
el hilo dorado que describía la silueta de la Santa sobre el cuadra-
do de tela marrón estaba intacto, pero el cordón que unía la parte
frontal con la trasera, cuya cruz roja bordada se hallaba igualmen-

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