Page 69 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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alfonso valencia

    —Padrino, necesito un favor: lleve a Itzia con el doctor Artea-
ga, no puedo ser papá ahorita —Trescoronas intentó persuadirlo.

    —Hijo, la niña es buena muchacha y ya estás en edad de encar-
gar. ¡Imagínate que vaya saliendo con su nariz y tus ojos! No tienes
por qué cargarte con la muerte de un inocente, a la Santa no le gus-
tan esas cosas —pero el Niño no cedió.

    —De ella no, padrino. De ella no.
    Lo inspeccionó de pies a cabeza. Reparó en el escapulario de la
Santa, intacto. Decidió dejárselo puesto. Quiso pensar en un mila-
gro, esas cosas pasan, pero otro detalle lo llevó a un nivel superior
de asombro: marcas blancas, de piel intacta, como si un pulpo lo
hubiera apresado al momento de la explosión.

    La Santa: la que subiera, hace décadas, al cielo en cuerpo y alma,
    ante el asombro de la multitud congregada en la plaza. Curioso el
    designio celestial que arrojó su haz purísimo sobre una mujer que
    perdiera a sus hijos en el monte. Mujer que desde entonces encabe­
    zaba la fe de los lugareños a fuerza de esas cosas que pasan: lo inex­
    plicable, milagros. “Las luces se llevaron a mis hijos, yo los vi subir
    en cuerpo y alma al cielo”, gritaba con los ojos quemados cuando la
    atendían las hermanas del convento. En cuerpo y alma. Al cielo. Ésas
    fueron las palabras que se desperdigaron en el pueblo, rápido, como
    hormigas que huyen cuando son descubiertas sobre el pan que se
    abandonó la noche anterior. Y no sólo se regaron por el pueblo cadenas
    de sonido uniendo bocas con orejas, también se volvieron otra cosa,
    porque si los niños fueron llamados al cielo en cuerpo y alma, es por­
    que eran puros, más puros que cualquier otro niño, y algo de esa pu­
    reza debe venir de la madre.

Despertó en su cama. Por un momento creyó que todo había sido
un sueño: ahora recordaba, envuelto en una bruma espesa y tibia,
al hombre que llegó corriendo, su rostro blanco, desencajado, sus
palabras…

    —Señor, el Niño… —y sus lágrimas, como si hubiera sido suyo.
Sentía como en otro cuerpo el recuerdo de la llamada de Trescoronas.

    —Está con nosotros, don Ezequiel. Aquí está. Lo siento mu-
cho. Cuente con nosotros. Lo siento, de verdad nos duele.

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