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DRAMATURGIA
oferta de piso. Llegué a un nuevo hostal, el hostal Cat. Una
chica rumana me atendió amablemente ofreciéndome los ti-
pos de habitaciones disponibles. Escogí la más barata y mi
entrecejo juzgador me delató. La mujer rumana quedó en si-
lencio al ver lo fruncido de las cejas, me dio las llaves y una
manta.
Chica Rumana: Bienvenido.
Chorbito: No creas que estoy enojado, es que el entrecejo juzga-
dor me traiciona. Analizo mucho las cosas.
Chica Rumana: Dame tú pasaporte.
Chorbito: Sí.
Chica Rumana: Nacionalidad: mexicana.
Chorbito: La chica cerró el documento, me anotó en el registro
y me regresó el pasaporte. Al preguntarle su origen, contestó
que era rumana, y pues yo de Rumania nada más los vampi-
ros, así que comenzar una plática con una rumana acerca de
vampiros me parecía el equivalente a la plática de un rumano
con una mexicana sobre los mariachis.
Me fui directo a mi nueva habitación que compartiría con
doce personas. No tenía que quejarme, era un edificio anti-
guo con un gato negro dibujado en su fachada y el interior
estaba decorado con adornos árabes; era una zona tranquila
en el caótico barrio de Lavapiés.
Entré a la habitación donde estaban seis literas perfectamente
acomodadas; la luz era intensa y azul. El entrecejo juzgador
se había ido, pero regresó en la madrugada cuando una horda
de inmigrantes comenzó a roncar. En esos momentos pensé
en lo terrible de viajar cuando huyes, cuando tienes pocas
oportunidades por discriminación, por censura o por falta de
empleo. Yo era mexicano y no africano o árabe, pero había
esa extraña sensación que todos los que estábamos ahí éra-
mos iguales. En ese momento entendí todas estas chorradas
de la unión de los pueblos en vías de destrucción. Comprendí
que comer en McDonal´s y Burger King estaba mal, que las
vacas son tiernas y existen, que los espectáculos de danza no
sólo sirven para calentar a los espectadores, y que la cultura
pop tiene su discurso poético. Mi entrecejo juzgador se relajó;
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