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MANUEL PARRA GARCÍA
que la única luz que tenía era la del hostal, del cual no salí en
toda la mañana por la resaca.
Y es que los resacados nos convertimos en rezagados socia-
les, en parias, en escombros de obra pública chafa y en mar-
ginados de la democracia. A mí, que nunca me ha gustado
usar gafas oscuras por temor a parecer ciego sin perro, tuve
que aceptar cubrirme los ojos para salir a comprar un duraz-
no y un Seven Up para curar la ansiedad. Yo, que me creía li-
terato, un chingón y persona culta, tuve que aceptar la
indiferencia de Madrid al tercer día. Cuando tocas con tus
manos esos duraznos frescos de África que se encuentran en
el súper, se tiene que aceptar que tienes un problema; o eres
tonto, niegas la realidad o simplemente eres un mentiroso al
mínimo descuido del prójimo.
Después de tocar con mis manos esos dos duraznos que eran
más maduros que yo, subí al cuarto del hostal donde pasaría
la ansiedad mientras las tapas con jamón serrano se irían por
el váter y el vino tinto de la noche anterior reventaría mi qui-
jotera. La dueña del hostal tocó a la habitación para ver si me
encontraba bien; ella se había quedado con mi pasaporte el
día anterior no sin antes esbozar una ligera sonrisa al ver que
en mi pasaporte decía: nacionalidad mexicana. En la habita-
ción me tumbé en la cama. Pensaba en ese momento que todo
estaba mal; que todo lo había hecho de manera equivocada.
Mientras el autoazote me serpenteaba el cuerpo, vino a mí la
siguiente imagen.
C
Guadalajara, Jalisco, 12 de mayo de 2006. 6:20 pm. En la azotea
arriba del estudio de ensayos.
Saúl: Lo que sí está cabrón es la coca…
Alberto: Esta chingaderita es natural, es medicinal. Ayuda a la
creatividad.
Chorbito: La primera vez que fumé, fue en Madrid, pero no era
maría, era hachís.
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