Page 64 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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cuento
La tristeza es un cáncer incurable, diagnosticó Palacios. Yo todavía
no conocía el peso de sus palabras. Lo dejé poner un aparato sobre
mi cabeza con el que escuchó el crepitar que hacía eco dentro del
cráneo, y se volvía más fuerte a medida que el ojo iba quedándose
inmóvil. Noté cómo el párpado iba quedándose tieso mientras la
frente empezaba a arder, temblaba, me reventaba en convulsiones,
vomitaba espuma caliente. Recordé a mi madre dándome de comer
mientras esperaba a papá que jamás volvería del trabajo. Recordé
a Matilde, exprimiendo el camisón, anudándome cebollas a la ca-
beza, raspando la cuerda que sostenía mis pies mientras saltaba
del primer piso de la casa. Recordé el amante ruso que se esca-
bullía todos los lunes por la puerta de la cocina mientras yo apre-
taba los dientes, fingía estar ciego, y trataba de pensar si llorar sería
mi propia forma de reír.
Matilde era una mujer obcecada que lograba un orgasmo sin
hacer ruido. Yo nunca fui un buen marido, es decir, si usted me pre-
guntara ahora quién soy y por qué no dejo de llorar del lado izquier-
do, diría que tal vez son los años que se han encargado de poner las
cosas en su sitio, que es el peso que vengo cargando desde que le
prom etí a mi mujer que yo me encargaría del pan y los niños, esos
que nunca llegaron y que ella busca en ese amante ruso con quien se
escapa todas las noches. Yo la he visto, las medias terminan araña-
das a mitad del cuarto, se avienta exhausta a la cama, y en las pier-
nas se le forma un remolino arrebolado que yo nunca conocí desde
que me la llevé a casa y la tomé por la cintura, le acaricié las rodillas
y en ese momento, fíjese bien, justo en ese momento ella gimió un
poco y yo me quité los pantalones, porque sabía que quería darle
un hijo, y en cambio le di el ticket a las noches con su nuevo aman-
te, porque cuando la enfermera hizo resbalar la bata por entre mis
piernas, recordé cuánto la quería y continué llorando.
***
La razón de mi desgracia es una ecuación imperfecta. Palacios puso
sus aparatejos en mi pecho y yo sentí el tamborcito ese que llaman
corazón, jadear adentro de mis costillas. Luego me pesó y por for-
tuna accedió a darme la cuenta exacta de mis proporciones. Había
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