Page 65 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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Aniela rodríguez
perdido siete kilos de grasa y había ganado doscientos treinta gra-
mos de hinchazón. Matilde se dio la media vuelta. Se aseguró de po
nerse los guantes para no ensuciar nada, y con el desconsuelo de
los vencidos hizo sonar sus tacones por el enorme pasillo del hos-
pital. Mi mujer había olvidado cómo se llora por alguien que uno
ama; por fortuna, yo estaba ahí para recordárselo.
El ruso, que está detrás de esa puerta, sigue esperando que Ma-
tilde se calce los zapatos y se escape, como cada lunes a la media
noche, y vuelva a casa con las medias rasgadas. Imagino que vendrá
por ella y la recostará en su coche del año. Sentirá remordimien
to por el pobre hombre que se retuerce en su cama, pero lo o lvidará
pronto, convencido de seguir su labor como amante. Matilde ni si
quiera me recordará. A mí, que se me ha olvidado el nombre de las
cosas y los procedimientos para mantenerme vivo, me dará lo mis-
mo pensar en cuántas veces he intentado detener el llanto sin éxito.
El párpado se volverá tan frágil como una cáscara de nuez, lleno
de bordes sangrantes y rasguños minúsculos, de aquellos que no se
pueden ver pero duelen de tanto imaginarse.
Yo seguiré esperando a Palacios, sentado al borde de la cama. Sé
que vendrá y dará instrucciones precisas a las enfermeras. Me lleva-
rá en la camilla por un largo pasillo; yo reconoceré el mapa exacto
de sus intenciones. Ahí intentaré detener el llanto, pero como todos
los días, será imposible. Me recostarán a ocho manos. Ajustarán bien
las hebillas, esperando que esta vez no intente escapar. Será en vano.
Pondrán la mordaza entre mis dientes, aunque francamente, perder
la lengua es el mínimo de mis problemas. Palacios respirará con sol
tura. Ajustará a mi cráneo los dos enormes paletones, y esperará la
instrucción. Desde ahí conoceré el significado de la eternidad, justo
en el momento en el que ellos presionen el interruptor y en mi cabe-
za explote un millón y medio de ovejas destruidas por el relámpago
que me retuerce, me convierte en un puñado de cristal molido. Sólo
entonces entenderé las veces en las que mi mujer abandona la habi-
tación para dejarme a mitad del pasillo, esperando que los doctores
retiren la mordaza y pueda yo volver a tumbarme a la cama, con el
único consuelo del lado izquierdo de mi tristeza.
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