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ANDREA GARZA GARZA
vibrador doble me otorga una conciencia de edición corporal, una
que tengo la posibilidad de definir. Un ejercicio de reapropiación
y diseño disidente. Ya no sólo tiene forma de pistola, es un arma
de defensa.
No hablar explícitamente de las prácticas sexuales, limitarlas
al espacio íntimo o a la clasificación xxx, también es un acto de
sanidad sexual, una medida para impedir las conexiones en la po-
sibilidad de lo público. Además, genera barreras emotivas que
condicionan la construcción de los afectos. Durante la infancia mu
chos fuimos reprendidos por masturbarnos. Quizás no es fortuito
que la Ilustración que forjó el concepto moderno de infancia haya
dotado de herramientas a la Revolución industrial. Qué mejor es-
trategia que crear y controlar el diseño desde el inicio: así se le
puede obligar al usuario a comprar en el futuro una nueva actuali-
zación, gadget o accesorio que concuerde con su sistema operati-
vo y hardware de gestación. Si la sexualidad infantil no estuviera
inserta en este marco punitivo, hubiéramos tenido juegos increí-
bles en los patios de la primaria. En lugar de la “trai”, nos persegui
ríamos para darnos una buena chaqueta. La causa de la prohibición
es que a esta edad no separamos lo público de lo privado.
A los seis años, mi primo y yo inventamos un juego. La idea
surgió de un dibujo en una revista: un hombre cavernícola arras-
traba a una mujer del cabello. No sé si el contenido que ilustraba
era misógino. Pero en ese momento a mí me prendió la imagen y
la convertí en mi fantasía sexual, porque no me interesaba trasla-
darla a otro lado. Él vivía conmigo, mis padres se asumieron sus
tutores. Le propuse para el juego dos personajes: pato y león. Pa-
recía que yo no había aprendido nada en la escuela sobre fauna y
ecosistemas compartidos debido a la elección de la pareja animal.
Si lo veo en retrospectiva, creo que antes entendía mejor de qué
trataba el sexo: de cosas que no combinan. El león tenía que cazar
y masturbar al pato. Lo mejor era que cambiábamos papeles: una y
una era la regla. No había mujer u hombre, nadie se casaba. Acaso
creamos una relación homosexual con los animales. La pasividad
y la actividad se volvieron ilusiones transitorias.
Un día nos descubrieron. Amanecimos en camas separadas, cada
quien con los juguetes que nos habían asignado: él con carritos y
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