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PEDRO ZAVALA

    4) Great Gatsby. Scott Fitzgerald. Génesis reconoció de inme-
diato la portada del libro diseñada por Francis Cugat. Los ojos
verdes de Daisy resaltan en la imagen, encendidos como dos es-
meraldas ardientes. Una lágrima escurre por su rostro y en la men-
te del viejo resuena la frase lapidaria: If it wasn’t for the mist we
could see your home across the bay, dijo Jay Gatsby, you always
have a green light that burns all night at the end of your dock.

    Gatsby, Gatsby, Gatsby. Esto es para mí, pensó y tomó cada
uno de los modelos que tenía enfrente, en tallas M y las cargó al
hombro.

    –¿Quieres una bolsa para tus prendas?
    –…
    –Toma. Soy Lea. Si necesitas algo, házmelo saber. Estoy cerca
de la caja –dijo sonriendo y se fue.
    ¿Lea? ¿Lia? ¿Lee Ann?, se preguntó Génesis, y quedó clavado
al piso. Los ojos adheridos a la espalda descubierta, los leggins
untados a las piernas y las botas negras de la mujer que se alejaba.
Sintió que era una gárgola a lo alto de una iglesia gótica, y no un
cuerpo magro a la mitad de un Urban Outfitters, en el Fashion Show
de Las Vegas.
    –Los pies. Me están matando –gritó.
    Minutos después se decidió por unos Adidas blancos. Luego pi-
dió unos pantalones que hicieran juego con su calzado y también un
par de chamarras. Lea lo miró, sonrió y desapareció por un instante.
    ¿Estos tenis me definen como persona? ¿El color blanco dice
algo de mí?, pensó mirándose los pies. ¿Qué tenis usaría Jay
Gatsby? Nunca vi una foto de Sinatra con zapatos deportivos. ¿O sí?
    Lea apareció con la ropa. El profesor entró al probador. Frente
al espejo tuvo la sensación de no ser él mismo a quien miraba
como reflejo. Quiso tocar su rostro y se encontró con la superficie
fría y rígida. Desnudo miró sus brazos flácidos. Luego miró los
resortes blancos de sus calzoncillos y miró su camiseta de tirantes.
También vio las verrugas en su cuello.
    ¿Soy yo o le gusto a la chica?, se preguntó. ¿No es muy joven?
No, no, no. Estoy alucinando. Este es su trabajo. ¿No?
    Salió del probador. Dejó los kakis, los mocasines cafés y la ca-
misa empapada y rota, abandonados a un lado del espejo.

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