Page 94 - Antologia FONCA 2017_sp
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ANA EMILIA FELKER
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Hablé pocas veces con Nelly, pero a lo largo de los años se ha
convertido en una huella. El fin de la calma. De niña me atemori-
zaban los anuncios de desapariciones en la televisión, esas fotos
en blanco y negro y, sobre todo, las señas particulares (una pren-
da, un lunar), la última vez que fueron vistos. Pero entonces se
convertía en algo cercano y comencé a sentir una especie de vér-
tigo. La obsesión con el talud, una corriente que te lleva tan hon-
do que ya no se puede respirar.
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Por más que nos repugnen, las ratas son el termómetro subterrá-
neo de la existencia. La novela termina con un aviso: la bacteria
de la peste no muere, duerme en la intimidad de nuestras habita-
ciones, en la ropa, los muebles, pero en cualquier momento los
mamíferos promiscuos pueden tirarse por la borda, morir sobre
las banquetas y ésa será la señal.
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Cerca del Bordo sentí su fuerza gravitacional. No sólo inunda
con su olor las colonias aledañas, sino que atrae como los hoyos
negros. En mayor o menor medida cualquiera podría ser abduci-
do, convertido en paria o en cadáver. Ese vértigo opera como el
epicentro de un terremoto; es ahí donde alcanza su mayor fuer-
za, pero sus efectos avanzan por kilómetros, lo cimbran todo.
La fetidez se convierte en una presencia invisible, una huella
distante –aunque profunda– de nuestro propio olor.
Las ciudades se empeñan en desplazar los desechos, la mu-
gre, lo reprimido; la peste misma, si ocurre, debe hacerlo lejos
de los negocios de cuello blanco. En la Ciudad de México ese
“lejos” en realidad está bastante cerca. Por más que las revistas
de turismo nos quieran hacer creer que aquí huele a café recién
hecho, a taquitos con piña o al vapor aséptico de las tintorerías,
cuando el tufo del Bordo arrecia, no hay forma de negar el pai-
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