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ENSAYO CREATIVO

de una mecha. Era posible juzgar la calidad de una película de
aventuras por sus propuestas para encender el fuego.

    En casa jugábamos a encontrar el modo de prender siquiera
una pequeña flama en imaginarias situaciones de aislamiento. En
la práctica nunca desarrollamos esta destreza. Yo tuve una vez en
mis manos un trozo de pedernal y me fue imposible generar el an-
helado fuego. Como fuese, aprendimos pronto a tener en alta esti-
ma la cajetilla de los cerillos. Tal vez porque en un principio nos
alumbrábamos con velas, o porque durante los frecuentes apago-
nes lo primero era buscar los cerillos. Este gesto resume la transi-
ción entre siglos: ahora lo primero que buscamos en un apagón es
el celular.

    Había otra faceta de los cerillos –en el cine siempre se llaman
fósforos– en las películas de detectives. Como pista. Fósforos pla-
nos, enfundados en una carterita, solían aparecer en los bolsillos de
las víctimas del crimen. Esta presentación es la versión artística
del utensilio. En las películas, las carteritas siempre tenían elegan-
tes estampados de algún club nocturno donde se hallaba el asesi-
no. De niño tuve un par de carteritas como esas, obsequio de mi
padre tras sus visitas al Club Manhattan. Me fascinaban, siempre
me resistí a usarlas, preferí admirarlas.

    Hay imágenes perdurables en la memoria. El curtido vaquero
que enciende un cerillo en la incipiente barba de otro, a quien pre-
tende quebrantar. El vagabundo o rebelde que solicita lumbre en la
calle para encender su cigarrillo. Ese gesto lo eleva de algún modo:
más que una carencia es una prueba de que nada material lo ata a
lugar alguno. No poseer un cerillo parece una especie de patente
de corso hacia la aventura.

    En Temoaya, donde crecí, ceder o solicitar unos cerillos a los
vecinos siempre nos motivaba reflexiones sobre las presiones de la
pobreza. Pocas cosas más baratas que una cajetilla de cerillos y
ninguna más popular.

    Está también la mujer hermosa que solicita lumbre, ante la cual
el héroe enciende el fuego, a veces con una increíble habilidad.
Close-up a las manos en cuenco protector. Luz de fuego que arran-
ca de la oscuridad dos rostros: hermoso uno, duro el otro. El efec-
to visual del cerillo es muy superior al del encendedor. Mientras la

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