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AINHOA SUÁREZ GÓMEZ

va el ámbito de acción. Sin lenguaje, cualquiera que éste sea, el
estar en el mundo se reduce a un mero acto de supervivencia.

    A diferencia de la afasia progresiva en la que el deterioro es
gradual, aquella causada por un ictus o infarto cerebral es brusca e
impredecible. Quizá por eso, y a pesar del discurso clínico acarto-
nado que pretende atar todos los cabos, a quien sufre este padeci-
miento le es difícil desechar por completo la idea de la infamia
oculta en sus orígenes. La afasia es hostil, inicua, injusta y desigual.
Un dedazo azaroso que corrompe el estado habitual de las cosas
como un rayo que sorprende a media noche antes de que empiece
siquiera la lluvia. Sin anuncio, se apodera de un cuerpo que se en-
cuentra en apuros para nombrar el mundo que lo rodea y que in-
cluso está en peligro de poderse nombrar “yo” a sí mismo. Lo
aterrador es que más allá del discurso erudito, es imposible preve-
nir el padecimiento. Todos podemos perder la voz en un instante.

Una roca.                     ***             Cuerpo tampoco.
Voz
           Hablar, no. Boca no responde.      Inútil.
                                              ido.
                  Intento. Intento. Intento.
                          se ha

                                     ***

Nada hay más personal que la voz. Hablar, cantar, gritar, incluso
decir el nombre propio, son actos totalmente íntimos, imposibles
de duplicar. La voz es siempre diferente a la de los demás, incluso
cuando las palabras que se pronuncian son las mismas, porque
como Italo Calvino lo sugiere, la voz es la prueba de que existe
una persona viva; alguien de carne y hueso que la emite. Los anti-
guos decían que la voz se generaba alquímicamente a través de los
fluidos internos, y se coagulaba en los órganos vitales, en especial

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