Page 94 - Antologia_2017
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CUENTO

día distinguir lo que me decían los otros junto a mí. Señalaban
hacia adelante y hacia arriba. Creí que a lo lejos, hacia el sur, des-
tellaba la luz azul y roja de la policía, de las ambulancias. Alguien
venía por nosotros. Pero era aún más importante lo que había allá
arriba.

    El imposible sol brillaba como un corazón iracundo, lleno de odio
vivo y rojo. Y el sol tenía casa. Estaba coronado, haces, no de luz,
sino de fuego, casi circundaban por completo el disco. Eran llamas
que se bifurcaban como las ramas de un árbol. Y entonces com-
prendí. El sol coronado o, mejor dicho, el sol circundado por las
astas del Ciervo Rojo, venía a quitarnos de su coto de caza, de
apareamiento, o de lo que se le ocurriera a aquella puta criatura
estelar.

    El Ciervo Rojo, además, no estaba solo, dejaba caer a sus hijos,
como meteoros de granizo encendido. Llamas vivientes, que caían
y galopaban con furia por el firmamento hasta tocar nuestras du-
nas, nuestras estepas moribundas. Entendía, ¡al fin entendía lo que
eran! Me giré hacia la ciudad sin convertirme en cenizas, sólo cu-
briéndome con ellas. Y los vi. Descendían y caminaban y galopa-
ban por la ciudad. Buscaban a sus presas apuntándolas primero
con sus fauces y luego con sus cornamentas encendidas.

    El fuego se esparció. El fuego vivo. Yo vi las astas de los hijos
del Ciervo Rojo clavadas en la carne de mis vecinos, de extraños
que pudieron ser mis amigos. Vi su carne chamuscarse, y sus al-
mas encendiéndose para nunca volver a brillar más.

    Dejé de sentir pavor. Sólo sentía desesperanza. Me hinqué, a la
salida sureste de la ciudad, me hinqué. No pedí nada. No sentí
nada. No había quien pudiera ayudarme, guiarme, sólo estaban
ellos y nosotros. Nada más.

    En algún punto debí desmayarme. Alguien debió haberme car-
gado, los paramédicos tal vez. Nos sacaron de ahí. Las luces no
eran una alucinación. Vinieron por nosotros. El gobernador se hizo
cargo. Guardó aquello que pudo ser guardado, lo que no fue mu-
cho, y salvó a quienes pudimos largarnos de Pueblo. Nos hospita-
lizaron y después nos mantuvieron en zonas de acogida, aislados,
pero atendidos. Grupos de nosotros fuimos reunidos para visi­tar a
psicólogos expertos. Oímos gritos, sufrimos de histerismo, aluci-

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