Page 92 - Antologia_2017
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CUENTO
como un cuchillo bien afilado. Sentí sus punzadas en la espalda
baja, en la boca del estómago y en las sienes. Mi boca necesitó
agua con urgencia. No podía hablar. Quise gritar, preguntar qué
era lo que pasaba. Quise tomar el teléfono y marcar cualquier nú-
mero y recibir algo distinto a un grito. No hice nada de eso, pero sí
me levanté, me vestí tan rápido como pude y me asomé por las
ventanas. Lo hice con el temor aún agarrándome de las bolas.
Pensé que ya había amanecido. Miré hacia el buró y descubrí
la hora: 03:00. No tenía sentido, el cielo, la luz que emanaba de él,
como en ramales o vetas perforando la oscuridad. Las nubes reco-
rrían el cielo, rasgadas por todas partes. Parecían tratar de escon-
der el sol sin conseguirlo. Sólo tendría sentido si el sol fuera el que
se ocultaba tras ellas, y no podía serlo, o mi despertador estaba
averiado.
Entonces, al descorrer aún más las cortinas, vi el gigantesco
disco, cerca del cénit, un disco rojo como los ojos de un cervatillo
asustado, sólo que este disco no parecía demostrar sensación algu-
na de temor. Irradiaba lanzas y flechas que rasgaban todo cuerpo
nuboso, quemando las nubes, haciendo de ellas el alimento justo
para un grupo de cazadores triunfantes. No sentía miedo, estaba
aterrorizado. Podía sentir cómo ese disco calentaba todo a mitad
de la oscuridad; la noche se derretía con cada rayo que alcanzaba
el suelo. No sólo estaba despidiendo rayos por el firmamento, el
disco parecía emanar otro tipo de sustancias, de criaturas.
Caían como pedazos de granizo, descendían a una velocidad
imposible, caían veloces y luego se detenían, flotando a la par de
las nubes, para después zigzaguear como lo haría un trueno. Pero
era el color lo que más se quedaba impregnado en la retina. Tiem-
po después escuché a varios puebleños decirlo. Era como un su-
pra-rojo, un híper-rojo, más encendido que las llamas alimentadas
por leños de arce, pino y roble. Era una llama crepitando y descen-
diendo, como el ramal de una cuerna, como un asta cayendo desde
los cielos, encendida más allá de cualquier color posible, pero
siempre destellando tonos rojos, gritos rojos, fulgores rojos. El
disco, aunque no era posible, era el sol.
Vi los pedazos de fuego vivo caer sobre la tierra. Vi las llamas
extenderse por las llanuras, llamas provenientes de los cráteres
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