Page 89 - Antologia_2017
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GERARDO LIMA MOLINA

la de un viejo claustro: un cuadro con una fuente en medio. Un
enorme portón de madera, reforzado con herrería de buena cali-
dad. Ventanas rectangulares con protecciones del mismo tipo de
herrería, un gran patio con una fuente en medio, y arcos engala-
nando los pasillos del cuadro de la casa. La sala estaba a la dere-
cha, y se podía recorrer gran parte de la casa sin tener que salir al
patio central. No así para llegar a las habitaciones, en la parte de
atrás, o a las caballerizas, vacías desde hacía décadas.

    Todavía montaba a caballo, pero siempre lo hacía en mi ran-
cho, al suroeste de Pueblo, no en la ciudad. No era tan excéntrico
como algunos podrían pensar. Ya tenía suficiente con la casa. En
Pueblo habían llegado ya los aires de renovación. La gente no que-
ría vivir en un rescoldo del pasado. Querían ya su propia calle
comercial, por ejemplo. Yo me había negado a vender a varios
empresarios. Querían convertir mi casa en una plaza, en un edifi-
cio de apartamentos, o qué sé yo. Hubiera sido muy mala inver-
sión para ellos. Me mantuve férreo, agarrado de sus paredes, de la
piedra del patio, de las vigas del techo, de los olores que habían
dejado mi abuela al cocinar y mis padres al recibir a sus amigos
con un banquete. El olor a cuero y a madera no me parecían aro-
mas decrépitos. Ellos eran parte de mí. Extraño esa casa. Muchos
de los sobrevivientes del incendio se sienten mejor aquí en Amari-
llo, pero yo no. No soy un viejo cascarrabias, ni tampoco me con-
sidero reticente al cambio, sólo soy un ranchero a la antigua.

    Las lagunillas no estaban lejos de Pueblo, apenas al oeste de
nosotros. Tenía un amigo piscicultor que también tenía ciertas in-
clinaciones “naturalistas”. Siempre que podía llevaba peces curio-
sos a su casa para disecarlos y luego exhibirlos a quien tuviera
algún interés en ellos. Él me había comentado ya sobre la extraña
coloración en las escamas de algunos de ellos. Pensaba que se de-
bía a algún tipo de contaminante, una sustancia de deshecho, y se
encontraba preocupado por las pérdidas que podía acarrearle, a él
y a otros piscicultores de la zona. Las escamas estaban ligeramen-
te coloreadas de rojo, de un tono cercano al rosa o al magenta. La
coloración, en algunos especímenes, se adentraba en la piel.

    Después todo fue peor. Mi amigo vino a verme, traía algunos
peces consigo, serían unos diez. Yo estaba parado en el portón de

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