Page 90 - Antologia_2017
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CUENTO
mi casa. Recuerdo que pensaba en su decoración, en el orden de mi
hogar, y en cómo podía afectarme si un día no podía más y vendía
todo para largarme a vivir al rancho. ¿Podría vivir sin extrañar
cada día la casa de mis padres y de mis abuelos? Fumaba mientras
veía pasar a los vecinos. Algunos se detenían a platicar conmigo.
Las conversaciones eran banales, pero un tema se filtraba constan-
temente: ¿has escuchado de los peces? Y yo pensaba en que algo
andaba mal, la gente hablaba, y había otra cosa más, otra constan-
te apareciendo, como de pasada, salpicando las palabras de una
charla cualquiera.
“La casa del sol, ¿has visto cómo está incompleta? Lleva va-
rios días así. A determinada hora, la casa se forma alrededor del
sol, pero no se completa, no como un círculo sino como una…”
Yo sabía la palabra. No la decían. No era una palabra compli-
cada. Una asta, la cornamenta de un ciervo.
Mi amigo venía vestido con ropa de trabajo. Traía los peces en
una mano, amarrados. En la otra llevaba un cuchillo. Nada más me
saludó y levantó las escamas de los peces para mostrarme su piel,
y luego su carne. Los peces mostraban quemaduras. Si no era una
sustancia contaminante algo sucedía con las lagunillas, tal vez una
fuente de calor, aguas termales, actividad volcánica, quizá.
“No es el agua. Es el sol. Los peces tienen las marcas. El semi-
círculo. Está marcado en su piel y en su carne, en sus órganos. Es
el signo rojo”.
“Han vuelto. Han vuelto. En los túmulos, su zona de aparea-
miento, su coto de descanso. Lo hemos invadido. Aquí están los
túmulos, sus hogares. Vienen por ellos. Por nosotros”.
En ese momento no supe exactamente a lo que se refería. Pasé
con él a la casa, y en la cocina nos dedicamos a abrir los peces. Tenía
razón, estaban marcados como por fuego. Y yo empecé a sentir un
fuerte cosquilleo, un temblor en la parte de atrás de mi espalda.
Tenía que saber. No era algo de lo que no hubiéramos escuchado
de jóvenes, de niños. No podía seguir fingiendo.
Mi amigo soltó un gruñido, estaba furioso. Estaba dirigiendo
su enojo hacia mí. Quería encontrar una fuente, y yo era la más
cercana, un puebleño como él, un habitante de los túmulos. Tan
sólo teníamos que salir de la casa y los veríamos. Ahí debajo esta-
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