Page 122 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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novela
Cuentan que Estrada Cabrera, encantado con su nuevo título
nobiliario, se despidió del ministro de Fomento y mandó a llamar
a los brujos de Momostenango que lo cuidaban. Quería pedirles su
ayuda, a ellos, que se alejaban de la insignificancia del gabinete gra-
cias al poder de la magia:
—¿Por dónde empiezo a celebrar la educación y la sabiduría?
—les preguntó.
Los brujos momostecos le dijeron que las festividades requerían
de templos antes que cualquier otra cosa, le dijeron que c onsiguiera
semillas de achiote y una planta de jiquilite, que moliera las semillas
y la planta con nije, a la medianoche, y que transportara el m enjurje
en un tocomate. Debía sembrar la mezcla con todo y el recipiente en
un lugar despejado y amplio, para que la edificación, al levantarse,
no tuviera obstrucciones para alzar su gran envergadura. Si don
Manuel seguía las instrucciones puntualmente, encontraría su san-
tuario de pie un día después; si sus intenciones eran buenas, nada
podría derribarlo.
Dicen que Estrada Cabrera preparó el hechizo sin preocuparse
antes de cambiar el rumbo de sus intenciones. Hasta sus queridos
brujos momostecos debían entender que su voluntad no estaba su-
jeta a buenos o malos propósitos; su voluntad estaba sujeta a él mis
mo, y él decidía qué era bueno o qué era malo, comenzando, desde
luego, por sus intenciones. En compañía de algunos guardas dis-
cretos acudió con el brebaje al final del Bulevar de Jocotenango,
en la capital guatemalteca, y sembró la pócima sin dar explicaciones
a nadie. Regresó a su casa en silencio: imaginó que al día siguiente
hallaría un Partenón.
El sol encontró despierto al señor presidente, como de costum-
bre. Uno de sus colaboradores más cercanos tocó en la puerta de
su habitación para decirle que esa misma mañana, cerca del hipó-
dromo del norte, había aparecido, como por acto de magia, una ex
traña construcción indefinible, que no se parecía a nada, y le pidió
autorización para destruirla e investigar quién había sido el arqui-
tecto pagano detrás de semejante levantamiento, tan antiestético
como insólito, y asesinarlo. Estrada Cabrera miró a su informan-
te y transitó de la inmutabilidad a la ira, golpeó el escritorio con su
puñito derecho, no movió ni un lápiz, ni un folio cambió su lugar
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