Page 134 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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novela

Sospechaba que lo vigilaban, sentía el acecho desde innumerables
flancos, creía esquivar metralla en cuanto asomaba la cabeza de la
trinchera. Despertaba por la madrugada a gritos y manotazos porque
en sus pesadillas seres invisibles, etéreos, lo atosigaban. Intentaban
asfixiarlo, oprimían su pecho, le recordaban sus errores, los trope-
zones, sus pecados imperdonables. Porque lo que hago, no lo entien­
do; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Las
sirenas sonaban pero no había bunkers donde guarecerse. Esclavo
de su angustia, esperaba que los enemigos enviados por Satanás le
asestaran un nuevo golpe para humillarlo y despojarlo de la misión.
El ladrón sólo viene para matar, robar y destruir.

    El miedo del inmigrante alemán Albert B. Lutz tenía fundamen­
to. Una semana antes de su extravío, en aquel verano de 1997, fue
detenido por policías al salir de la Quinta Sahuaros, el lugar donde
en ese momento vivían, en tres casonas, una veintena de indígenas,
su esposa, tres de sus hijos, cuatro nietos y, por temporadas, algún
extranjero errante en busca de asilo. Un automóvil estacionado
frente al portón obstruyó la salida. Cuando el misionero bajó de su
camioneta para echar un vistazo al estorbo fue sometido por los
agentes que se escondían detrás de un muro. Tras derribarlo, pu-
sieron su rostro contra el suelo y le colocaron unas esposas. La
operación fue tan veloz que no tuvo oportunidad siquiera de gritar.
Lo embutieron en el coche, le advirtieron que sería golpeado si
abría la boca o forcejeaba, y lo llevaron ante el juez que había des-
pachado una orden de aprehensión en su contra por el delito de
corrupción de menores.

    Dos adolescentes mazatecos de dieciseis años a los cuales lle-
vó al internado y luego expulsó por rehusarse a estudiar estaban
sentados, con los brazos cruzados, junto a un hombre jorobado,
canoso, con lentes de fondo de botella. En la mirada de los mucha-
chos ardía una llama de revancha. El sujeto encorvado, por el con-
trario, se encontraba en calma y en ningún momento volteó hacia
el acusado. El juez leyó en voz alta, frente a los cuatro, el delito
por el cual era imputado el botánico a partir del testimonio de los
indígenas de San Juan Copala. Medio año atrás, la madre de los mu­
­chachos le rogó al misionero alemán que los alimentara porque
ella no tenía dinero, y le dijo que los disciplinara porque, desde la

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