Page 137 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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ricardo garza lau

desde la ciudad de México a la Quinta Sahuaros las familias de su
hija mayor, Ingeborg, de cuarenta años; y de la tercera, Bettina, de
treinta y seis años. Querían estar al tanto de la situación legal de su
padre y aprovecharon las vacaciones de verano para trasladarse a
Fortín de las Flores. Albert B. Lutz nunca antes había convivido con
los hijos de ellas, cuatro de Ingeborg, tres de Bettina. Los conocía,
sabía sus nombres, al menos una vez al año visitaban la casa, pero
su trato hacia ellos era indiferente.

    El parentesco no era suficiente motivo para estrechar una rela-
ción. Sin embargo, aquel día juzgó adecuado suspender los com-
promisos para obsequiarse un poco de esparcimiento. En el agua
caliente jugó por primera vez con sus nietos, les aplicó mascarillas
de arena en la cara, les enseñó la manera correcta de tirarse un cla-
vado para que el agua no entre por la nariz. Bajaron abrazados de
toboganes y lloraron de la risa al escuchar cómo la voz del abuelo
se distorsionaba mientras éste se sumergía en el líquido azufrado.
Opa, como lo llamaban sus nietos, había despertado del coma y pa­
recía querer reponer los años perdidos.

    La tarde siguiente, los nietos corroboraron que ese señor respe-
tadísimo podía ser algo más que un viejo gruñón ajeno a ellos. Qui­
zá con la inercia del día previo, Opa se otorgó una nueva licencia:
invitó a los siete nietos mayores, de entre once y diecisiete años, a
tomar un helado a Fortín de las Flores. Ocuparon una mesa de la
nevería y las arrugas perpetuas del alemán cambiaron de forma.
Son­reía, dientes fuertes y alineados a pesar de los años a la intem-
perie, los ojos azules le brillaban, su espalda resignada lucía ergui-
da. Experimentaba una especie de éxtasis. Era un desconocido.

    Preguntó: ¿en qué grado de la escuela van?, ¿cuáles son sus ca­
lificaciones?, ¿qué quieren estudiar? Las respuestas le molestaron.
¿Por qué a ninguno de ellos le interesaba la botánica o el servicio
a Dios?, ¿en qué habían errado sus hijos al educarlos?, ¿quién se en­
cargaría de los invernaderos?, ¿quién continuaría la obra con los
indígenas? Tendrían que ser los mismos indígenas, aunque la regla
fundamental era que regresaran a sus localidades a enseñar lo apren­
dido en el internado. Interrumpió la contestación de algún nieto para
decir que a él le gustaba mucho estudiar, desde niño, por eso habla­
ba inglés cuando pocos de su edad lo sabían. En Alemania saber

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