Page 27 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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AURA GARCÍA-JUNCO

la caja repetiría un sonido. Entre las piedras y maderos, los más tí­
midos timbres se esconderían, sólo para salir transformados, abriendo
sus alas, en fuentes nuevas de experiencia sensorial. En su imagi-
nación, cada onda era un color cambiante: ligero en algunas oca-
siones y en otras de una intensidad tan grande que apabullaba los
sentidos. Un mundo donde ninguna otra cosa era perceptible, cons­
tituido únicamente para los oídos.

    Como tantos otros genios, Boldini sacrificó todo por su pro-
yecto. Su fortuna, que era cuantiosa, perduró muchos años gracias
a la meticulosa administración del artista; sin embargo, al final de
su cordura estaba a un paso de la pobreza.

    A diferencia de otros genios olvidados en su propia época, la
fama le llegó en vida y desde todas direcciones, los jóvenes acu-
dían a buscar consejo del inventor musical. Porque ésta era su labor
y en ella su ingenio creador era insuperable. Todo esto, sin embar-
go, también lo abandonó por la imaginaria caja. Dejó de recibir a
los entusiasmados viajeros y rechazó los trabajos que antaño esti-
mulaban su mente con su complejidad.

    Alguna vez recibió a un mensajero ataviado con elegancia. Te-
nía un pedido: un violín que pudiera tocarse con una sola mano.
Era para un conde manco, que había perdido la mano izquierda en
una guerra religiosa y no podía tocar más. La trágica imagen de
aquel que ya no puede producir, lo hizo aceptar este último trabajo.
Después de innumerables pruebas, el violín funcionó. Se presentó
en la casa del conde y éste, por primera vez en años, pudo escuchar
el sonido de la música emanada de su propia y única mano. En
pago, el conde prometió sostener la construcción del dudoso pro-
yecto, si bien no lo comprendía del todo. ¿Por qué alguien soñaría
con un mundo sólo de sonidos, pero a la vez sin música? Porque lo
que Boldini buscaba no tenía un solo acorde, ninguna majestuosa
estocada de violín ni retumbar de timbal.

    Así, el conde pagaba las enormes paredes de la caja y los arti-
lugios que surgían de ellas. Pero el artista nunca estaba conforme.
Los años pasaban y también la fortuna del conde comenzaba a
minarse. Boldini no decía palabra alguna pero se intuía en su apa-
riencia los claros signos de la desesperación. El inventor musical
que podía devolver la música al perdido no podía atraer los sonidos

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