Page 32 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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cuento

Ese día, la monótona familiaridad de los rincones fue interrum­
pida. Había algo distinto: un cofre pequeño y tosco sobre una mesa
que yacía a un lado de la ventana. Me acerqué con curiosidad y me
di cuenta de que no tenía la llave echada. Al abrirlo, me encontré con
algo que me pareció un juego de artificios compuesto por ruedas
planas. Las había dentadas y completamente redondas, de plata y
de algún metal similar al cobre. Eran alrededor de veinte y tenían
tamaños distintos. Las saqué y las ordené en la mesa de acuerdo con
su forma y tamaño.

    Noté entonces que había más piezas abajo: láminas de metal y
palancas. La mayoría eran sólo partes sueltas, pequeños pedazos
rotos que ni el más avezado reconstructor de vasijas de barro se
hubiera atrevido a tratar de juntar. Incluso algunas de las ruedas, que
se veían robustas y de materiales fuertes, estaban quebradas. La úl­
tima placa que encontré estaba atascada al fondo del cofre, y por
más que jalé y encomendé todas mis fuerzas infantiles a sacarla, me
fue imposible. Se me presentaba desde un ángulo un poco inclina-
do, pues estaba parado en las puntas para alcanzar a ver. Tenía una
ilustración tallada que me recordó a algunos mapas que mi tutor
me había mostrado en las lecciones que entonces se me antojaban
mortalmente aburridas. No era un mapa del mundo, sino más bien
de la bóveda celeste, trazada de manera esquemática sobre el me-
tal. Comencé entonces a tratar de entender lo que tenía enfrente, a
juntar piezas por donde intuía que se habían unido alguna vez. Fue
una labor inútil. El mecanismo era para mí imposible de entender.
Nunca había visto algo así. Sólo después de años sabría la forma
en que tantas partes pueden trabajar a la par, como una enorme
cohorte de soldados. Horas de esfuerzo pasaron en vano y final-
mente un ruido interrumpió mi juego: la puerta se abría y mi cau-
tiverio terminaba.

    No me olvidé de lo que se me antojaba como un gran misterio. En
mi siguiente encuentro con mi maestro, le pedí que me mostrara
de nuevo los mapas del cielo. Él se sorprendió por mi nada habi-
tual interés por la astrología y estuvo feliz de guiarme de nuevo a
través de las constelaciones. Como era previsible, lo escuché con
atención un par de semanas, pero después perdí el interés, hasta vol­
ver a mi estado original. Sin embargo, el recuerdo del cofre jamás

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