Page 45 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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joaquín íñiguez peón

contenido, todo ese deseo que había mutado en dolor, cobraba ahor­ a
una forma animal, la de un búfalo en la pradera. Un tanto ebrio,
trastocado por el poder, el coronel se levantó y se fue aproximando
a ella, con la mirada perdida, dando pisadas de plomo.

    Ella, sin siquiera notar su presencia, bailaba sobre el aullido de
una nota de blues, con los ojos cerrados y la cadencia con que vue-
lan los roedores alados del pantano. Luego, sin siquiera percatarse,
comenzó a elevarse por encima del suelo, ligera, bellísima. El co-
ronel, dominado por su propia bestialidad, se abalanzó sobre ella
pero no alcanzó a tocarla. Luego dio brincos ridículos, intentando
alcanzar sus pies para regresarla a la tierra, pero su esfuerzo fue en
vano, Luciel se fue volando por la puerta.

    —¡¿Qué esperan, idiotas?! —vociferó Malasmañas—. ¡Se esca-
pa mi amada! ¡Debo rescatarla! Es mi oportunidad de ser su héroe.

    —Disculpe coronel, no quiero incomodarlo pero creo que ella
no le corresponde el sentimiento. Por eso se fue volando.

    —Nada de eso, Buendía. Se está haciendo la difícil y necesita
ser rescatada.

    Así fue como la tropa y algunas patrullas de refuerzo termina-
ron persiguiendo a la encueratriz voladora a lo ancho y lo profundo
de su Ciudad Pantano. Callejoneando y a lo largo de avenidas, las
patrullas siguieron el curso de la fugitiva hasta que se adentró en el
monte. Hubo que continuar el recorrido a pie, avistándola entre las
copas de las ceibas y las parotas, hasta que descendió con elegan-
cia y se introdujo en una cueva que nadie conocía.

    El coronel, armado con pistola y botella de aguardiente, entró
primero. Buendía lo siguió con grabadora en mano. Llegaron a un
punto donde la oscuridad era tan densa que nulificaba la luz de las
linternas. Consideraron detenerse ahí, la chica quizá nunca regre-
saría, probablemente había muerto. Pero nunca se debe subestimar
la calentura de un hombre narcisista con síntomas de psicopatía. Así
que el coronel siguió caminando por diez minutos a ciegas, y a los
demás no les quedó otro remedio que continuar su inmersión en la
caverna, a paso ebrio, a pesar de que la humedad dificultaba la res­
piración.

    Algunos se hallaban a punto de rendirse cuando se escuchó un
sonido como de zopilotes. Lo siguiente que sintieron, en rostro y en

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