Page 52 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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cuento
deshacerme del bulto que traía cargando en mis espaldas: todos los
trozos de espejos.
La vieja Ruiz claramente me había dicho que debía deshacer-
me de ellos en algún lugar alejado, al que no pensara volver. Y
después de este soporífero ritual me quedaba claro que no volvería
a asistir a uno.
Se fueron todos. Todos menos uno. Al fondo, entre las tumbas,
un hombre trajeado. Manos detrás de la espalda. No estaba tan le-
jos, pero no alcanzaba a distinguir su rostro. Lo saludé.
—¿Qué onda? ¿Eras amigo del Walter?
Silencio. Ningún movimiento.
—Llegas tarde —le volví a gritar—, se han ido todos.
Silencio. Ningún movimiento.
—Te puedes acercar, si gustas, aquí es donde acaban de ente-
rrar al Walter.
Pero el hombre nunca respondió. Dio media vuelta y caminó
hacia los árboles hasta perderse de mi vista. Aproveché la soledad
para abrir un hoyo y enterrar la mochila con los restos del cristal.
Antes tenía que dar un vistazo. Tenía que comprobar algo. No sa-
bía qué.
Abrí la mochila. Entre todos los cristales rotos pude ver mi re-
flejo. Peor: pude ver al hombre detrás de mí, con su rostro níveo,
borroso. Sabía que estaba sonriendo. Lo sabía por alguna razón. Sin
voltear atrás, abrí la mochila y dejé caer los trozos que brillaban
con la luz del atardecer. Los cubrí con la tierra. El polvo otra vez.
Estornudos. Sin voltear atrás, caminé hacia la salida. Una vez es-
tando afuera, corrí.
No hay peor depredador que esa bestia a la que llaman pasado.
Pequeños detalles
Mientras corría recordé un detalle importante que doña Ruiz me
había advertido: destruye todo… no: machácalo todo, sin dejar ras
tro que refleje algo. Pequeño detalle.
¿Habrá sido eso lo que causó el regreso del hombre del espejo?
Cuando me tocaba desde su lado, donde todo era igual pero al revés.
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