Page 53 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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néstor robles
Tocar, tocar: tocar hasta reventar. Eso fue lo que hice. Eso fue lo
que lo liberó.
Los cristales rotos se esparcieron por mi cuarto, que además de
espejos, estaba decorado por monstruos y robots. Juguetes que le
exigía a mamá las pocas veces que me sacaba a pasear.
Monstruos y robots fueron testigos de mi juego con el espejo,
fueron los primeros en ver mi puño rojo empapado en sangre. Un
humo denso, que me causó picor en los ojos y en la garganta, se
disipó justo cuando mamá abrió la puerta, molesta.
—Monchito, ¿qué has hecho? No, Monchito, no, no, no.
Me miró asustada, llena de pavor. Luego se dejó caer al piso a
llorar. No le importó cortarse con los trozos de vidrio. La sangre
de sus rodillas y sus manos se mezclaba con los restos del espejo.
—Nos has desgraciado, Monchito, nos has desgraciado con tu
mala suerte.
Ése fue el día que mamá comenzó a actuar extraño. Hablaba con
más frecuencia sola frente a los espejos, sonreía de esa peculiar ma
nera en que sonríen las mujeres cuando son cortejadas. Con cierta
vergüenza, pero con la seguridad de saberse queridas y deseadas.
Se peinaba todo el tiempo. Lo que más me da pena recordar eran
los momentos en que se desnudaba.
Le gustaba hacerlo frente al espejo, lentamente, y se acariciaba
todo el cuerpo: desde el cuello, hasta el vientre, hasta el pubis. Se to
caba sin importar que estuviera cerca. Se sabía observada por mí
pero no le molestaba en lo más mínimo. Yo, que nunca había visto
a una mujer desnuda, conocí el deseo. En mis sueños más reprimi-
dos, hacía el amor con ella. Me sentía culpable y me castigaba
golpeando los puños contra la pared hasta sangrar.
Una de esas noches me despertaron unos pasos que deambu
laban por el cuarto. Era el hombre del espejo. Sin abrir la puerta, la
traspasó, dejando el rastro de polvo que se convertía en su rasgo
característico. Era el tiempo manifestado, ahora pienso: polvo en
el viento.
Intenté dormir, como siempre, pero escuchaba hablar a mi madre.
Susurraba. Tuve que salir de la cama, despacio. Bajé hacia las esca-
leras. Ahí estaba el hombre, desaliñado, acariciando a mi mamá. Los
veía escondido, alejado. Me conmocionaba lo que estaba viendo,
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