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ENSAYO CREATIVO
aprovechó para amarrarlo. El cuerpo resultó tan larguirucho que ni
la cabeza ni los pies entraban en la cama. Así que Teseo se los cor-
tó con un hacha. Ese fue el fin de Procusto, el obseso de la precisión.
Pero si la proporción no está sujeta a la mera voluntad, la pers-
pectiva es mucho más dócil, mucho más maleable por los capri-
chos de la fantasía; para cambiarla basta un giro del pensamiento.
Para los agorafóbicos, los espacios abiertos –incluso si se trata de
un par de cuadras de una ciudad congestionada– son insoporta-
bles. El descobijo, la proliferación de azares que la ausencia de
barreras comprende, el mero peso que la holgura cierne sobre sus
cuerpos, son suficientes para hacerles sentirse diminutos, tan frá-
giles que las piernas podrían doblárseles en cualquier instante.
Pero basta con atravesar o trazar los grandes espacios para que
éstos devengan inocuos. Las personas suelen recurrir a un truco de
perspectiva: se enfocan en un palmo de terreno y de esta manera
sencilla logran ignorar la anchura del espacio. Esto los convence
de que el mundo no es tan grande como se piensa. Los agorafóbi-
cos no pueden ceder a tal engaño. Están siempre atentos a la vas-
tedad que los abruma. Pero también se cobijan en una ilusión, la
ilusión, igualmente débil, de que un par de paredes y un techo los
protegen del universo. Los claustrofóbicos, por el contrario, están
a sus anchas afuera, pero nada más se les encierra y el temor los
engatusa, les hace pensar que el cuarto se encoge sobre su cuerpo
inmenso. A veces imagino que un agorafóbico y una claustrofóbi-
ca se enamoran y deciden vivir juntos. Calculo el tamaño de su
casa y pienso que ése ha de ser el tamaño perfecto. Luego fantaseo
con que algún malicioso irrumpe en la casa, encierra a la claustro-
fóbica en un baúl y expulsa al agorafóbico hacia el exterior. El
agorafóbico golpea la puerta con desesperación para entrar, mien-
tras la claustrofóbica golpea la tapa del baúl para salir. Todo es
cuestión de perspectiva.
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