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ENSAYO CREATIVO  AUTOR

pequeño, pero Walser, dado a empequeñecerse, volvió a Suiza en
1913 como (en sus propias palabras) “un autor ridiculizado y fra-
casado”. Después de su regreso no escribiría más que dos manus-
critos de novela (uno perdido y el otro quemado por el propio
Walser), un par de noveletas e innumerables fragmentos en prosa.
Son estos últimos los que más se acercan a su naturaleza. Su espí-
ritu expansivo berlinés, el auge de su extravagancia dislocada, la
exigencia, impuesta por la crítica y no connatural, de escribir tex-
tos largos, dieron paso a un recogimiento completo, al silencio, a
la lenta meticulosidad del análisis de las minucias. En Suiza lo
esperaba una sucesión de eventos desafortunados. En 1914 murió
su padre. En 1916, después de una larga estancia en el manicomio
Am Waldau, donde Robert también pasaría sus últimos años, mu-
rió su hermano Ernst. En 1919 su hermano Hermann se suicidó.
La Primera Guerra Mundial, a pesar de los repetidos servicios mi-
litares con los que tuvo que cumplir, apenas se menciona en sus
textos. Pero todo ello no hizo sino aunar al movimiento de retrac-
ción. En 1915, Walser, en lugar de publicar un drama sobre la gran
guerra o una crónica de la muerte de su padre o de la locura de su
hermano, publicó, entre varias piezas de la misma índole, un dis-
curso dirigido a su botón. Mientras las personas se mataban por
centenas en el frente, Walser veía el botón de su camisa y le escri-
bía un discurso de agradecimiento por los más de siete años que le
había servido, siempre fiel y nunca quejumbroso, sin que él, su
dueño, le hubiera dirigido una sola palabra de gratitud. Mientras
se desplegaban los nuevos arsenales y estrategias, Walser le escri-
bía otro discurso de agradecimiento a la hornilla que durante tanto
tiempo había calentado su cuarto. Mientras su hermano se desliza-
ba en el hospital Am Waldau hacia la muerte, Walser escribía un
ensayo sobre la ceniza, el lápiz, el cerillo y la aguja:

Mientras el cerillo descansa en su caja, en paz y ocioso, no tiene ma-
yor valor. Espera, por decirlo así, aquello que está por venir. Pero un
buen día alguien lo saca de la caja, lo aprieta contra la lija lateral,
frota su pobre, buena y amable cabecita hasta que se enciende de fue-
go, y entonces arde y se consume. Éste es el gran evento en la vida
del pequeño cerillo: al atravesarlo cumple con el propósito de su exis-

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