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ENSAYO CREATIVO

     tencia, hace su última acción caritativa y luego muere por incinera-
     ción. ¿A poco no es conmovedor?

    Con los años, Walser se aisló cada vez más. Abandonó la pluma
para adentrarse en lo que llamó el Bleistiftgebiet (la región del lá-
piz). No sólo comenzó a escribir sobre lo pequeño, sobre sus paseos
y los objetos que observaba, sino que además comenzó a escribir en
pequeño: una escritura en lápiz, necesariamente más lenta que la de
la pluma, y una letra minúscula en pedazos minúsculos de papel. La
forma simultáneamente mimetizó y determinó el contenido. El lá-
piz, el medio más sujeto al desvanecimiento, emulaba el espíritu del
mismo Walser, que con los años se fue abandonando a la inercia de
su aislamiento, hasta ser recluido, por alucinaciones, por ansiedad,
por tristeza, en el manicomio de Waldau en 1929. Por un tiempo
siguió escribiendo, siempre con su microescritura, en todo pedazo
de papel que encontraba: en el reverso de un trozo de calendario, en
una servilleta, en la esquina de un periódico. Más tarde fue traslada-
do al sanatorio de Herisau donde acabó de abandonar todo, lo poco
que le quedaba. Y en el día de navidad de 1956, a los setenta y ocho
años, después de pasar dos décadas y media de su vida en el sanato-
rio, fue hallado muerto, extendido sobre la nieve, con el sombrero a
un lado, en la última bajada que había tomado después de un largo
paseo por las colinas de Appenzell.

    Los microescritos de Walser se pensaron durante décadas in-
descifrables, hasta que los investigadores Werner Morlang y Bern-
hard Echte descubrieron que se trataba de una versión min­ ia­turizada
del kurrent, una escritura de origen medieval utilizada en el ámbito
germano hasta mediados del siglo xx. Entonces se abrió el mundo
de las miniaturas de Walser. Se necesitó una lupa para discernirlo,
y el texto que surgió del ejercicio resultó ser, a su vez, una lupa ha-
cia el mundo de lo pequeño. Pero si Walser prefirió (o se vio com-
pelido) a enfocarse en lo efímero, lo débil y lo diminuto, en lugar
de enfocarse en los grandes acontecimientos, es porque ahí, y sólo
ahí, se encontraba toda la potencia de su ret­raimiento. Es en la agu-
ja, en la ceniza, en el cerillo, en el lápiz, donde encontró la imagen
más fidedigna de sí mismo, de la debacle de su propia mente, de la
ternura en medio del vacío enorme de la guerra y de la muerte.

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