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ENSAYO CREATIVO  DIEGO ORTIZ

bajo. Lo perdurable, el llamado acontecimiento trascendente, tam-
bién se encuentra en los márgenes y en los rincones olvidados. Y
si bien es importante hablar y escribir sobre los grandes eventos,
personajes y naciones, es igualmente importante hablar y escribir
sobre los pequeños, no por un afán de reivindicación, sino por una
fidelidad al mundo en el que todos están inscritos. Lo pequeño y lo
grande, lo trascendente y lo intrascendente, pertenecen a las mismas
aguas. La distinción no es sino artificial, sólo responde a la naturaleza
puramente relativa de los términos. Para el granjero, la mosca que
su mano mata no es nada, pero para la mosca esa vida que perdió
le era todo. Para el bombardero, acostumbrado a matar a centenas
en un día, el granjero que mató a la mosca tampoco es nada. Así
que tira la bomba y borra al pueblo entero de la faz de la Tierra.

    La observación de lo diminuto puede arrojar, además de una
imagen de los objetos y las criaturas mismas –de por sí lo suficien-
temente preñadas de significado–, un reflejo de la esfera más vasta
que los comprende. Tomemos, por ejemplo, las miniaturas litera-
rias de Robert Walser, a quien Sebald con justicia llamó “clarivi-
dente de lo pequeño”. En 1905, entusiasmado por las luces de la
metrópoli, se mudó a Berlín, donde su hermano Karl, ilustrador y
escenógrafo, ya disfrutaba de cierta fama entre los círculos de ar-
tistas e intelectuales. Llegó repleto de ambiciones literarias y de
hambre de la exuberancia urbana. Compró ropa extravagante. Se
presentó junto con su hermano en las diversas tertulias literarias.
Lo acusaron de comportamiento provinciano, carente de sofistica-
ción, en la ocasión en que ruidosamente, ya borracho, azuzó a los
otros invitados a participar con él y con Karl, en la sala del depar-
tamento, en el llamado Hosenlupf –la lucha tradicional de las
montañas del norte de la suiza alemana. Ese comportamiento bu-
llicioso, tan contrario a su naturaleza delicada, discreta y elegante
–quizás fruto de la combinación entre las ansias de éxito y la inca-
pacidad de pertenecer con naturalidad a un ámbito cruzado por el
cinismo, el ninguneo y el glamour urbano– hicieron que Walser de
manera gradual se desencantara no sólo del ámbito que, según
pensaba, lo marginaba, sino también y sobre todo, de sí mismo. En
ese periodo Walser escribió sus tres novelas más conocidas: Los
hermanos Tanner, El asistente y Jakob von Gunten. Su éxito no fue

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