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PEDRO ZAVALA
– ¡Dios, qué asco! ¿Qué es esto? Telebasura repulsiva. Yanquis
podridos y descerebrados.
Segundos después, el joven hundió su lengua en la garganta de
la mujer. Ella gimió. El joven siguió. Y como acto adicional del
repertorio amatorio, le lamió los pezones con sendos lengüetazos
espléndidos. La mujer gimió como respuesta al entusiasmo del
joven afectuoso.
–Demasiado. El truco de la laringe es de demasiado mal gusto
para mí –dijo y apagó la pantalla.
Salió de la habitación con los bolsillos repletos de billetes. En la
recepción, detrás del enorme escritorio encontró a Johnny, enun-
ciaba el letrero en su solapa. A quien reclamó la precariedad higié-
nica al interior de su habitación. El joven con granos en la cara
quedó mudo, petrificado, ante la reprimenda enérgica del viejo
calvo.
–El baño es repugnante. No puedo ni describir el abuso inmun-
do al que me someten –remató.
Génesis escuchó al joven. Johnny explicó que el desperfecto
debía arreglarse por la mañana y que cambiaría al viejo de la habi-
tación sin costo alguno. Y recibió la promesa en labios del joven,
de que el baño estaría limpio a su regreso. Luego, el viejo pregun-
tó en dónde podía encontrar una tienda cercana para comprar algu-
nas provisiones embriagantes.
–No tiene que salir. Puede estar aquí en los sillones. Hay cer-
vezas, un vino accesible y si no ve algo en el menú, me puede pre-
guntar.
–Gracias y espero una habitación limpia a mi regreso.
Atravesó la calle. El paso de los autos en la avenida era escaso.
Las enormes lámparas diseminaban la luz en las aceras. Las ban-
quetas estaban vacías. A lo lejos, Génesis escuchó el sonido de una
ambulancia.
¿Habrá muchos accidentes a esta hora? ¿Percances etílicos?
¿Atracos agresivos? ¿Infartos imprevistos?, se preguntó.
Encontró el Liquor Market a unas cuadras del motel. Una tienda
repleta de refrigeradores y estantes llenos con bebidas alcohólicas
de diversas marcas. Productos procedentes de los lugares más co-
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