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PEDRO ZAVALA
Penuria la mía, al grado de la indecencia, se dijo. Jay Gatsby esta-
ría desilusionado de mí. Muy desilusionado de la carencia mía en
este momento, remató, con el movimiento de la cabeza de un lado al
otro en señal de negación.
Tomó un baño caliente en la tina. Previamente sacó los jabo-
nes, el shampoo y el acondicionador de la bañera, enviándolos di-
rectamente a la basura. Cuando se vistió tomó la camisa como si
tuviera el peso en plomo y cuando se la colocó cerró los ojos.
Salió de la habitación con los bolsillos repletos de billetes, que
palpaba a cada cuadra. Caminó, aletargado. Sobre el Strip se mira-
ba a cada diez pasos, la camisa a la altura de las axilas.
Esto es insoportable, no puedo, no puede ser. No es posible
semejante mamarracho carente que soy en este momento. Inmun-
do, impresentable, como un delito, pensó y estuvo a punto de
arrancarse la ropa.
Caminó. Una, dos, tres largas cuadras bajo el sol. Se detuvo al
sentir las punzadas en los pies.
No es posible. Tengo hambre, necesito ropa, zapatos y también
unas sandalias nuevas para el baño, se dijo. La estancia en el plan
que imaginé inicialmente no sería prolongada, pensó. Después imagi-
nó el brote de hongos blancos en las plantas, como el pelaje de un
animal creciendo por debajo de su cuerpo. Tuvo asco y a punto estuvo
de vaciar lo poco que cargaba en el estómago, sobre la acera del Strip.
Después de caminar cuatro, cinco, seis cuadras bajo el sol, se
debatió entre la comida o la camisa. ¿La comida o la ropa? ¿El
hambre o mi aspecto? ¿Cómo luzco? ¿Soy un pordiosero con ca-
misa a cuadros, en la capital de lo festivo? ¿La ropa primero? Sí.
La ropa. ¿O no? ¿Y si tardo en la selección? ¿La comida mejor?
Sí, la subsistencia primero, se dijo y entró al Ihop y se sentó en un
gabinete.
Una mesera llegó a su lado y Génesis imaginó que la mujer de-
tenía su vista en su camisa rota a la altura de las axilas. Le entregó
el menú plastificado, el viejo lo hojeó y decidió rápidamente. La
mesera levantó la orden y esperó de vuelta la carta.
–Me la voy a quedar aquí –dijo Génesis, con tal de no estirar
los brazos y permitir que un fragmento de su piel se asomara por
los agujeros.
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