Page 117 - Antologia FONCA 2017_sp
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NOVELA

personas que caminaban atrás aseguraban que había muertos,
muchos muertos, dijeron. Fue ahí donde los pensamientos le die-
ron una nueva oportunidad a la idea enloquecida que había tenido
hace unos minutos. “No te tienes que robar su identidad, sólo pue-
des apropiarte de algunos textos”. Esta reflexión sonó tan fuerte
en su cabeza que tuvo miedo que lo escucharan.

    Desde los confines de la Alameda se veía, erguida en el hori-
zonte, la recién construida Torre Latinoamericana; algunos la se-
ñalaron. El reloj del nuevo edificio se había quedado congelado a
las 2:45 de la mañana. De la nada aparecieron cuatro policías que
lo empujaron y lo hicieron volver a la realidad pavorosa que lo
rodeaba.

    El grupo de curiosos que iba a Reforma aumentaba cada mi-
nuto. La atmósfera se llenó de murmullos, sonidos de pasos y ri-
sotadas lejanas. “Le pones tu nombre a las historias y nadie lo va
a saber. Me van a descubrir”. Pasaron frente al Hemiciclo a Juá-
rez y en ese punto algunas personas comenzaron a contar sus
anécdotas del terremoto. Teodoro Varela escuchaba estas pláti-
cas como un solo sonido, como si vinieran de un coro griego.
Continuaba en lo suyo. “Si se suicidó es porque no tenía amigos
ni familia”.

    Al lado se detuvo uno de esos hombres con sombrero y corba-
ta, y al verlo se dio cuenta que ya no le interesaba ser él. Lo que
deseaba era convertirse en escritor, ser reconocido. Ciñó las hojas
contra su pecho. “Ésta es la única oportunidad que hay”.

    Al llegar a Reforma la destrucción se podía apreciar desde to-
dos los ángulos. Fachadas quebradas, cúmulos de piedras en el
piso, carros que iban a toda velocidad rumbo a alguna clínica. El
edificio de la Lotería estaba intacto. Teodoro se sentó en las esca-
leras del recinto y se puso a contemplar el apocalíptico escenario
que le llenaba las pupilas. Transcurrió una hora, eso pensó él.
Imaginó su vida como escritor, las entrevistas, los viajes, los pro-
gramas de radio y sobre todo los premios que podría ganar si se
atrevía a quedarse con la obra de Néstor Barrios.

    Continuó su caminata. Creyó ver a un muerto tirado en la ave-
nida, volteó para otro lado. Los pájaros del amanecer salieron de
los árboles. Empezó el crepúsculo. De pronto, en la mitad del ho-

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