Page 67 - Antologia FONCA 2017_sp
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CUENTO

virán para otra cosa. Como los perros que prueban sangre, y es
mejor sacrificarlos porque ya no dejarán de buscarla.

    –Bueno, pues gracias por todo –me dice, y saca la mano dere-
cha y la extiende hacia mí.

    Dudo por un momento, pero al final la estrecho. Dedos largos,
duros, como varillas salidas en una construcción abandonada.
Carrera es un edificio a medio derruir –o a medio construir, tal
vez– donde los recuerdos, como vagabundos, vivirán mucho
tiempo, muchas noches, y ya no sabrán ni querrán irse a otro lado.

    –Oiga –le digo antes de que eche a caminar–, espérese.
    Carrera se detiene, me mira, pero no a los ojos, sino al pecho;
la costumbre que tiene de toda la vida, de no mirar al rival a los
ojos, ni cuando los llamaban a chocar guantes. No sé qué decirle,
pero siento que algo debo decir, que no pueden acabar así las co-
sas; que hay algo inconcluso desde hace siete años y que, de algu-
na forma, me corresponde a mí cerrar el círculo. Aunque sé que
es mentira, que me engaño al pensar eso.
    –Estese pendiente del diario, no tardará mucho en salir su
nota.
    Asiente, levanta la mano derecha en señal de despedida (sin
sacarla de la bolsa de la chamarra) y sigue caminando. Se pierde
entre la gente que camina sobre la banqueta, y su cabeza, de pron-
to, es una más a la vista.
    Palpo mi mochila en busca de la grabadora. Ahí sigue. Es ve-
rano, estamos a punto de empezar una nueva década, después
vendrá un nuevo milenio. En las calles una capa de smog calienta
las palabras y los pensamientos. Un hombre hace malabares fren-
te a los automóviles cuando el semáforo se pone en rojo. Un perro
rasga las bolsas de basura que alguien dejó al lado de un teléfono
público, y huye con algo que simula comida. Lejos de aquí, a una
distancia que me es imposible calcular en estos momentos, Alan
J. Cassidy descansa en su casa de Oregon, a donde se mudó des-
pués del funeral de su hijo. Mira al horizonte, con las manos tras
la nuca, tensas, mientras revive, una y otra vez, cada round de la
última pelea de su hijo, y piensa –no tiene la menor duda– que
Robert Cassidy hubiera noqueado a Andrew Lester en el tercer
asalto.

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