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CUENTO
Robert Cassidy, su padre se limitó a decir “Dios, Robert y yo sabe-
mos que fue suicidio y no otra cosa”, cuando lo entrevistaron de
camino al cementerio.
–Fue culpa de muchas cosas –dice después de un silencio que
no puedo medir con tiempo–: mía, por supuesto, principalmente
mía. Yo fui el que se subió al ring con él, yo fui quien lo golpeó,
pero ése era mi trabajo.
–¿Tu trabajo?
Me ignora, sigue hablando: también, supongo, como los gol-
pes, lanza las palabras en combinación, y si ya lanzó la primera
es imposible detener las demás.
–Pero no niego que algo también tuvo que ver Asunción. Lo
veía como un padre; prácticamente me crió cuando mi abuela me
echó de la casa.
Guadalupe Carrera tuvo una vida accidentada hasta antes de
conocer a Cornelio Asunción, quien lo acogió en su gimnasio y lo
entrenó sin cobrarle un céntimo. Había ocasiones –aseguran algu-
nos boxeadores que los conocieron a ambos, y a quienes entrevis-
taron después de la pelea contra Cassidy– en las que Carrera subía
a entrenar y se escuchaban sus tripas chillar de hambre. Sin em-
bargo, muchos aseguran que son historias falsas, exageraciones
–en el mejor de los escenarios–, que buscaban generar empatía en
el público, en el juez, incluso en Alan J. Cassidy, por lo sucedido.
–De haber sabido que iban a acabar así las cosas, a lo mejor no
lo hago –dice Carrera, y no sé si ese gesto de tristeza, reflexivo,
sea sincero o también es algo que aprendió en el gimnasio de Cor-
nelio Asunción, o en la cárcel, o en la casa de la abuela: en la vida.
Dos personas, dos seres humanos, que miden casi lo mismo,
que pesan casi lo mismo (en ocasiones son idénticas las cifras)
acuerdan ser llevados a un ring de seis metros cuadrados y gol-
pearse durante doce rounds o hasta que uno de ellos no resista.
Una especie de contrato nupcial: “hasta que el nocaut nos separe”.
Hasta que el réferi nos separe. Hasta que la victoria y la derrota
nos separen. A veces, tristemente, es hasta que la muerte los sepa-
re. Dos seres casi idénticos luchando por demostrar quién vence,
quién es superior. La guerra, casi diminuta, casi inofensiva, pero
la guerra: una mancha de nuestro pasado, de nuestro origen, que
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