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ALDO ROSALES VELÁZQUEZ

no podemos ni queremos lavar. Hay reglas mínimas, insuficientes,
tal vez; pero las hay, y quienes suben a pelear las deben respetar.

    –Partamos de este supuesto –le digo, porque ya el pasado es
un árbol del que no caerán muchos más frutos–: si no te hubieran
descubierto, ¿qué hubiera pasado?

    –¿Si no se hubieran dado cuenta?
    –Sí, si no se hubieran dado cuenta.
    –No lo sé…
    –Pongamos este ejemplo –insisto–. Robert Cassidy no es hijo
de Alan J. Cassidy, quien pasó más tiempo en el ring que en la
cama de su mujer; entonces no se acerca a saludarte después de
la pelea, no te toma de las muñecas para levantarte la mano, y por
lo tanto no siente algo raro en tus guantes. Tú bajas, sigues cele-
brando en tu esquina, con tu familia, con alguna mujer, qué sé yo,
y estás contento porque la pelea por el cinturón, que casi casi era
de él, ahora te pertenece. En ocho meses te enfrentas a Andrew
Lester, ¿lo vuelves a hacer?
    –La victoria es una cosa muy dulce, mucho. Y como todo lo
dulce, entra rápido a la sangre, al cuerpo, y pides más, no te im-
porta cómo.
    –¿Eso es un sí?
    –Eso es un no sé.
    No insisto, sé que fue un sí. Guardo la grabadora y me levanto
al baño. Me mojo la cara, me miro al espejo y siento malestar.
Allá afuera, en la ciudad, el miedo y el asco están en todas sus
formas. Aquí adentro, frente al espejo, sólo estamos yo y yo;
como hacer sombra con la vida. Miro mis ojos, me hundo en mi
reflejo y de inmediato los imagino tumefactos, escondidos tras un
alud de carne –mi carne– molida, tras mi propia sangre hecha
gelatina. Saco la grabadora y escucho un poco: la voz de Carrera
es lejana, me cuesta creer que está allá afuera, me cuesta creer
que accedió a una entrevista a menos de una semana de haber sa-
lido de la cárcel. Quizá gastó su último dinero en llegar aquí, a
esta ciudad, en atravesar la frontera y dejar atrás Estados Unidos,
sus comisiones de boxeo, sus rings, sus memorias.
    Su voz bañada de estática me recuerda al video –el último
video de Robert Cassidy– que tomaron en su esquina aquella

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