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ENSAYO CREATIVO

fuerzas bastan para que tal cosa sea posible: que la escritura de
un solo libro modifique la condición alienada de los individuos
del mundo: ¿cuándo se ha visto tal cosa? Sepa entonces, el lector,
que el ensayista que escribe arriba –y al que iremos interrum-
piendo en el devenir de estas páginas– es uno más de la consuetu-
dinaria y holgada sarta de malabaristas del lenguaje al servicio de
su propio ego y, dado el caso, nada sabe decirnos que no sea sobre
sí mismo. ¿Cómo pretende escribir sobre una condición universal
(el individuo), sin advertir antes que de las palabras que emplea
ninguna le pertenece? No inventó ni las preposiciones que utili-
za, pero desea, haciendo uso de lo que la humanidad ya trajo al
campo, recoger frutos ajenos y estamparlos con su nombre, para
que éste conozca la gloria sempiterna. Muerda el lector la manza-
na escupiendo antes sobre su etiqueta, y juzgue la fruta por su
jugo; que la escritura no se reduzca a su marca, sino a su capaci-
dad nutritiva].

    De todo su trabajo, el asunto que más fama le dio a Witold
Gombrowicz fue su reflexión con respecto de la forma. Valdría
la pena aventurar que, tal vez, el éxito literario que se desprendió
de sus reflexiones formales se debiese a una coyuntura, porque
la forma fue, por casualidad, uno de los temas más discutidos
en la esfera de la teoría literaria del siglo xx, al punto que legó
nombre a una escuela: nos referimos, por supuesto, al formalis-
mo ruso.

    Ni los diarios, ni las novelas, ni las piezas dramáticas de Gom-
browicz han sido exportados con más insistencia a otros ámbitos,
que su teoría acerca de la importancia y trascendencia de lo for-
mal en la vida cotidiana. Uno podría pensar que ésta es una preo-
cupación compartida con todo el que se relaciona con las artes de
alguna manera, pero en Gombrowicz el tema sobrepasa a la crea-
ción artística. Para él, la manera en que un hombre se manifiesta
en presencia de otros revela su estratagema vital [¿qué táctica
puede derivarse del aspecto que adquieren las ideas de nuestro
ensayista así redactadas? Si escribir fuese jugar al ajedrez con el
lector, nuestro despistado ensayista perdería la batalla cuando,
ciego ante sus contradicciones, olvida que su práctica escritural
es también presa de la teoría que ahora enuncia].

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