Page 35 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
P. 35
AURA GARCÍA-JUNCO
de una larga conversación me confesó haber visto algo similar en un
mercado en Roma. Según su relato, calculé que el aparato que vio
era mucho más pequeño que el mío y algo más rudimentario. En
un gesto que sólo terminó de revelar su impertinencia tiempo des-
pués, terminé por contarle acerca del mío. Le conté de mis esfuerzos
por construir otras máquinas y del manuscrito con los planos del
que sería mi creación más grande. Él insistió en verlo pero yo me
negué bajo el argumento de que el libro estaba siendo encuadernado
en la ciudad. Esto no era verdad, por supuesto, pero no estaba se-
guro de querer mostrar a nadie la que se había vuelto mi pertenen-
cia más querida.
A partir de ese día, me presionaba cada vez más para ver el ma
nuscrito. Cuando empezó a notar mi renuencia, cambió la estrate-
gia y quiso entonces ver los demás aparatos que le conté que había
armado. También a esto le di largas con excusas inverosímiles.
Nuestra relación pasó de la indolencia al rencor en un corto periodo
de tiempo. El maestro amenazó incluso con revelar mi secreto a
mis padres. Me era imposible seguir así un día más. Fijé una fecha
para una visita a mi estudio.
Finalmente el día llegó. Abrí la puerta del cuarto con una llave
que ya sólo tenía yo y lo hice pasar. Después de cerrarla de nuevo,
lo guíe por un par de artilugios que mantenía en buen estado, a
modo de preámbulo, o tal vez para retrasar un momento que no
quería alcanzar. Entre chatarra y máquinas que ya presentaban los
primeros signos de deterioro, le mostré algunos de los autómatas
de Herón. Por petición suya, dejé que los examinara sin decir una
palabra acerca de su funcionamiento. Mi maestro revisó un par y
se paró frente a uno en particular, no más alto que una olla de barro
grande. Quiso entonces que lo accionara. Le pedí una moneda, que
un poco desconcertado me dio e, introduciéndola por la ranura,
accioné su mecanismo. El movimiento interno del aparato hizo
una serie de ruidos pero nada sucedió. Recordé entonces que había
olvidado poner agua dentro del receptáculo que tenía para ese fin
y me sonrojé. Me sentía como un tonto bajo su mirada burlona.
Mi orgullo me obligó a mostrarle uno de mis favoritos. Era un
aparato muy simple en realidad, uno de los pneumata de Herón.
Según narra el gran inventor en su manual, la máquina, posiciona-
35