Page 36 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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cuento

da sobre un altar, debió mostrar a los acólitos cierta danza de unas
figurillas, activada de manera automática mediante vapor. En mi
versión, los muñecos que se adherían a la plataforma giratoria eran
pequeños títeres articulados que representaban alegóricamente los
planetas. La luna, a la que había dedicado el mayor tiempo el arte-
sano que los hizo, era una pieza en verdad encantadora con vestidos
finos de tul y gran belleza en los rasgos. Puse a calentar la hoguera
oculta que era la encargada de producir el vapor mientras explicaba
su funcionamiento y el de otros aparatos similares. Esta vez tuve
más éxito que en mi primer intento y el maestro quedó gratamente
impresionado. Me puse de buen humor y me sentí animado por
primera vez desde el inicio de la visita. Le mostré un par más de
aparatos accionados por vapor.

    Después de un rato se empezó a sentir la tensión en el aire. Sin
más preámbulo lo llevé hacia mi manuscrito precioso. Él lo devoró
con fruición. Notaba cómo estudiaba cada detalle y movía las ma-
nos como si tuviera la máquina misma en ellas. Por momentos me
pareció que quería decirme algo, pero lo evitaba una y otra vez.
Después de un rato se disculpó arguyendo la hora y se fue.

    A partir de ese momento no hablamos del tema. Sin embargo,
el incidente dejó un rastro: había algo en el aire imposible de igno-
rar. Sentía su rencor al mirarme y me parecía extraño que no vol-
viera a mencionar el manuscrito que tanto interés le presentó. No
podía menos que sospechar que algo estaba mal.

    Un mañana del mes de julio me desperté con una sensación in­
tensa de malestar en el cuerpo. Fibrilaba y temblaba de pies a cabeza.
Intenté gritar pero la voz apenas me salía como un murmullo. Estu-
ve horas en este estado antes de que alguien se percatara. Llamaron
de inmediato al doctor, quien me diagnosticó envenenamiento por
alguna sustancia imposible de determinar. Fui desahuciado por falt­a
de antídoto. Después de varios días de tratamientos variados, los
oídos se me reventaron por la fiebre y dejé de escuchar con el de-
recho. Nunca recuperé la audición. Supuraba por todo el pecho y no
podía sostener ni la cabeza. Mis padres, sin mucho pesar, me die-
ron por muerto.

    Sobreviví. Es imposible saber cómo o cuál de las decenas de
ant­ídotos que engullí fue efectivo, pero en dos semanas mi mejora

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