Page 62 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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cuento
costaba mantenerme en pie y mi mujer, que apenas podía sostener-
me, me había dejado en la sala de espera con la única instrucción
de no llamarle. Matilde era una mujer maravillosa. El día que la co
nocí llevaba un vestido color lila raspado de los ribetes. Me costó
trabajo hablarle y cuando me animé a hacerlo, la muchacha apenas
logró dibujar algo que se parecía a una sonrisa. Nunca me tomó la
mano porque le daba pánico la rebaba de sudor frío que emerge
cuand o los enamorados entrelazan las palmas.
El dolor había empezado a extenderse. Me resultó imposible
siquiera mover el ojo izquierdo, y un caminito de alfileres recorrió
la mitad de mi cuerpo, hasta paralizarla. Me había convertido en
un vegetal ahogado en su propio jugo. Palacios me escuchó gritar
desde el pasillo y mandó traerme en camilla; el ojo había dejado de
funcionar y mal que bien empezó a ser un simple pelotín enrojecido
que adornaba mi cara como una esfera navideña. Poco a poco, Pala-
cios me fue explicando cómo el llanto no era síntoma de nada nue
vo: esta tristeza mía era un cáncer incurable. “Ya no podemos hacer
nada”, explicó a mi mujer en voz baja, mientras yo escuchaba del
otro lado del consultorio. “Lo mejor será esperar”.
***
Lo conoció en la clase de cocina francesa a la que va los sábados por
la tarde. Sé de primera mano que prepara un pesto increíble y que
sus brazos son tan grandes como los del mejor gladiador romano.
Pensó en él más veces de las que esperaba mientras ponía en mi
ojo compresas tibias de manzanilla con romero. La volvía loca.
No la dejaba pensar en nada, le ponía los pelos de punta. Matilde
era una mujer maravillosa. Sus manos exprimían una tras otra las
bolsitas, me miraban con una piedad agónica, me pedían permiso
para escaparse y darle la vuelta al tafetán de su vestido. Sus dedos
firmes me miraban pero yo ya no podía verla, sólo sentía sobre el
pecho el rastro de una gota fría, que había confundido con mi llan-
to y que tal vez —sólo tal vez— era el secreto de mi mujer retor-
ciéndose de rabia.
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