Page 60 - Antologia Jóvenes Creadores Primer Periodo 2014-2015
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cuento
tan lógica como necesaria. Si la madera se hincha cuando llueve,
¿por qué los párpados no deberían crujir cuando lloramos? Así, noté
cómo se iba despostillando la carne esparcida alrededor del ojo tris
te. El dolor, que comenzó siendo un piquete sensato, fue volvién-
dose un suplicio insoportable que llegaba hasta las muelas y con el
que aprendí a familiarizarme más tarde que pronto.
A mi mujer se le ocurrió la gran idea de voltearme de cabeza con
lo cual, por razones de fuerza centrífuga o gravedad nula, se seca-
ría la fuente. Una noche se levantó muy callada a ponerse el vesti-
do negro que le regalé en nuestro aniversario. El lápiz labial hacía
juego con sus tacones, rojísimos y sin una sola mancha. Al verme
despierto me amarró a los palos de la cama y dejó que me escurrie-
ra toda la noche. “Sólo así”, dijo, “veremos si lo tuyo es peligroso
o son puras ganas de chingar”. Se alisó el vestido con las manos y
me dio la bendición. Salió con cuidado de no azotar la puerta; sabía
que yo era un desmemoriado y preferiría besarle la mano cuando
la escuchara entrar por la mañana. Pasé la noche colgado a los tubos
de la cama, contando un millón y medio de ovejas para ahuyentar
el sueño. La jugada no cambió mucho el rumbo de las cosas, pues a
partir de eso el arroyuelo se convirtió en terremoto, y el terremoto
en una erupción de lágrimas que lo único que conseguían era man-
charme la camisa y arruinar cada uno de mis relojes.
Matilde había comenzado sus clases de cocina. Yo sabía que hab ía
algo mal porque a veces llegaba con el pelo todo revuelto y las manos
manchadas de negro y yo sólo esperaba que nada malo estuviera
pasando. Ahí fue cuando un día, con el ojo derecho entrec errado, vi
cómo se bajaba de un Porsche rojo impecable. Esa noche me encerré
a llorar en silencio, todavía con los dos ojos. Entonces Matilde se re-
costó en la cama y no dijo nada, aún penetrada por el olor a desodo-
rante y ron barato. Yo la olí desde el baño y supe que me había jodido,
porque no podía competir con nadie, porque no podía darle siquiera
un hijo y entonces seguí llorando sin hacer ruid o. Lo demás es histo-
ria, las grietas en el párpado se han abierto y con ellas, el llanto se ha
multiplicado, haciéndose más denso. Por eso yo creo que no voy a
parar nunca y cada vez me da más risa pensar en ese día, cuando mi
mujer se sentó en el borde de la cama, se rio a carcajadas y con una
pastilla de menta entre los dientes me dijo que se había tirado al ruso.
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