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ENSAYO CREATIVO

intento de huida resultó en vano, y entonces murió aplastado, con
las vísceras desparramadas, sin haber siquiera digerido la comida,
la única que sería capaz de probar. Ninguno de los contemporá-
neos de su especie lo recordaría, y la única criatura que lo haría, el
niño, lo recordaría con rencor. Una triste existencia.

    El mosquito tiene al menos el privilegio de llamar, con su zum-
bido, la atención. Pero las cosas y criaturas pequeñas, más allá de
contadas excepciones, nos suelen pasar inadvertidas. Y, sin embar-
go, el mundo está lleno de ellas. Sólo hay que abrir los ojos, verlas
de cerca y demorarnos en sus detalles para percatarnos de los in-
numerables prodigios que podemos encontrarles. Tomemos, por
ejemplo, el polvo. Esa nadería, esa reunión casi inexistente de to-
das las partículas rechazadas del mundo. El polvo es tan débil, tan
carente de autonomía, que cualquier vientecillo lo hace volar. Se
somete a la volición de las fuerzas que lo superan, pero no por ello
se abandona al resentimiento; siempre permanece melancólico,
lento, aterrizando con parsimonia sobre los objetos. El tiempo es
su único aliado. Su cualidad es la discreción. Se mantiene al mar-
gen, en las esquinas y los recovecos, en las sombras y las grietas,
donde las personas lo dejan tranquilo y sólo los obsesivos de la
limpieza se afanan en deportarlo. Cada partícula flota azarosamen-
te y acepta el destino que se le adjudica. Entonces se posa sobre la
superficie y se acurruca a un lado de las otras partículas vagabun-
das que le tocan en suerte. Sólo a veces, cuando se reúnen suficien-
tes partículas en la llanura y en el desierto, el polvo reina por un
momento y abandona su habitual discreción, dando giros y aco-
metidas de rabia y de júbilo.

    Se podría también hablar de un pequeño juguete: la pirinola,
siempre en puntas, con la falda perpetuamente levantada, en espera
del único momento en que se satisface su existencia: un baile efíme-
ro, pleno y elegante, que no tiene otra finalidad que la del baile mis-
mo. Un propósito noble y puro que otros objetos, como la astilla, no
comparten. La astilla, a diferencia de la pirinola, está tan invadida
de malas intenciones, que no duda en independizarse del tronco al que
pertenece con el único propósito de pincharle el dedo a un incauto.

    Y qué decir del delgado y monofacético pelo. Es algo tan gre-
gario, tan insignificante en singular, que las lenguas le otorgan a

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