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DAVID POIRETH

ciegos ya antes de desplomarse en la llanura y hundirse en la boca
de las sabandijas de rapiña. No obstante, de una mujer se trata si
bien casi de una cosa con tripas y aún con hambre: una vieja tetra-
pléjica. O un tronco podrido con venas y sangre que le fluye. Su
cuerpo es una cáscara, y es su sangre lo único que acontece… la
atraviesa un río… y ella intacta, quieta.

    ¿Qué la mantiene con vida?, ¿ya para qué?
    Entonces, es la mula anciana que rumia y estorba. Tosca, que
ya no anda, que es agresiva. Un experimento de la naturaleza, un
engendro de matrimonios monstruosos, y mi esposa.
    La miro arruinada y tan de lleno que es como si ignorase su
humanidad, su habilidad de vergüenza, su memoria…, ¿pero es
que acaso puede sentirse a un tiempo amor y asco? Sin embargo,
la quiero. Es un fantasma, un objeto que obsta, que desordena, que
atasca la vida de su movimiento ordinario, falso e ideal. Y la quie-
ro. Ahora, como antes y siempre, la miro, y ella no puede hacer
por ocultarse; está atada al camastro, que es más una mesa de co-
medor antiguo, con sus piernas duras y débiles y sus brazos tira-
dos. Está, quiero decir, encadenada a su cuerpo. Y es más bien
como que se manifiesta: mi mujer, la vieja tetrapléjica. Así, al ver-
la de diario en su yacija, tan callada y concreta, me da una sensa-
ción de certeza insoportable; la angustia de saber que es cierto que
todo existe y que, el día de mañana, será todo igual.

2 (Refugio): no habría que sentirle lástima o, en todo caso, no una
mayor a la que habría que sentir por todos nosotros. Por mí. La
simpatía habría que dejarla fuera: no hay. Yo no sufro lo que ella
sufre ni me cabe imaginarlo ni me da la gana hacerlo y, sin embar-
go, tenerla aquí siempre y saber que existe… Ojalá no la sintiera.
Como alojada en mí. Tiesa y moribunda. Quizá me pesa que sea
cierto; caer en cuenta que es real, mi vieja, y que hay formas de
vida inimaginables. Y es en este sentido que estorba, como un es-
tancamiento de agua sucia, como el perro sarnoso, muerto, que repug-
na y duele y se esquiva y que luego, en algún momento, se fundirá
al suelo y al aire y a todo, como si no… Pero, el perro muerto es al
hombre muerto, a mi vieja tetrapléjica, lo mismo. Y todos respira-
mos el resto de perro que ahora se pudre. Por ello es preferible no

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