Page 150 - Antologia_2017
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NOVELA

saber; el saber estorba, angustia, pesa… los otros, todos, pesan. Y
sentir. Y seguramente sólo para desembarazarme de ella tengo la
necesidad de hacerle el cuento, y a mí; para no verla como lo que
es: una vieja aburrida e inmóvil que se desgasta, se echa a perder.
Y sea también para no ver lo que soy: un intento fallido, porque
nuestras vidas se van en aquellas obras que se escriben sin escri-
birse, los sueños…, y el resto, la nada, es lo que somos: lo que no
hicimos. Somos lo que no hicimos de nosotros. Un resto, una es-
pecie de hombres.

    ¡Y nos queda la eternidad!

Me detengo de escribir cada tres segundos. Son tierras estériles y
no es de extrañar que los piojos se arrimen a cuál sea la mollera
que se cruce. Llegaron antes de que nos instalara aquí, y tal parece
que están resignados a quedarse y mi calva y cuerpo los cobijan.
Tanta soledad y aun así resulta imposible que nos dejen solos.

3 (Afuera): su madre septuagenaria la cuida, la alimenta. Le talla
bajo la lonja y le escurre los granos. Le humecta las estrías y las
úlceras. La friega luego de zurrarse y, todavía así, ni una sola pa-
labra se cruzan. Si acaso algunas pocas. Y no son tan diferentes:
un par de trastajos. En su recámara, mi mujer está echada en el
camastro haciendo de desperdicio, mientras la atiende su madre,
sentada a su lado, con una bandeja en la que un vaso de agua, un
pedazo de chivo y un cigarro hacen de merienda. Ella se aguanta
las fermentaciones de mi vieja, su hija, y es que hace unos segun-
dos, al tiempo que tragaba la segunda rebanada de chivo, mi mujer
ensució. No puede notarlo, entonces gruñe de inmediato para que
le sirvan en la boca un chorro de agua y luego el cigarro. Así es
sucesivamente. Y ya que no cae en cuenta, o cayendo por la nariz,
pero haciéndose la idiota, mi suegra decide esperar a que termine
la merienda y luego alzarla, remolcarla, para lavarla primero a ella
antes que a los platos sucios. Así es más fácil y menos el repudio.
Y es que no es tan sencillo como atender los pañales de las criatu-
ras, porque no hay comparación entre las nalguitas sonrosadas y
gordas de los bebés y las nalgas destruidas, ruinosas, de una vieja
de cincuenta, y paralítica.

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