Page 154 - Antologia_2017
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NOVELA

blusa arremangada de donde ya soltó algunos botones del escote
porque la tierra arde. Puedo buscar, repongo. Ella frunce la boca
que apenas se hincha, cruza los brazos que le alzan los senos y no
dice nada. Por su silencio logro, al fin, dejar de verla fraccionada,
fragmentada o, más bien, despedazada, y la concibo entera… Ah,
mi patizamba. Y, como harta de que le ande husmeado la pelvis
ima­ginánd­ ome sus bragas con sus caderas chuecas, resopla y se da
vuelta azotando los pasos, indignados, y la puerta. Tendría que
volver, pienso. Y el problema es que el intendente falleció allá en
su despacho y en plena holgazanería. Desgane. Ya estaba viejo,
aunque eso no sea excusa suficiente en este mundo ni para holga-
zanear ni para morir. De cualquier modo, el barragán estaba tam-
bién algo loco y dormía, de tanto en tanto, en su oficina. No era difíc­ il,
por ello, encontrarlo jetudo y seboso, en calzones, camisa blanca y
calcetas azules solamente. No tenía a nadie, y cuando murió todo
lo que encontraron suyo lo pusieron en esa inútil, tal vez importan-
tísima caja, en la que se mezclan una sarta de locuras con papeles
de primer orden. Apenas la pusieron acá se perdió entre la multi-
tud de escombros, tragada por el abismo de la indiferencia. Y aho-
ra, al fin, alguien, ella quizá, tiene que revisarla. Revivirlo. Y quizá
quiera hacerlo yo también.

    Sin embargo, seguiré antes hasta llegar, aunque sea, a las vein-
te latas, porque estoy con todo aquí tan amontonado que tardaré un
buen rato en encontrarla. Son tantas cosas, y nadie sabe lo que hay
aquí. Ésta, como todas las bodegas, alberga puros olvidos, escon-
de las vergüenzas. Y se aglomera la basura.

    Y yo. Y el abandono.

6 (Refugio): están aquí ahora las latas, mi mujer y aquel archivo
del intendente que me pidió mi paticoja entonces. Y pienso que
nunca ha sido justa la comparación que hice y hago entre mi espo-
sa y la patizamba; aquí no gana el que más tenga sino el que, por
decirlo de algún modo, tenga menos carencias. Le miro las piernas
muertas a mi mujer, el músculo consumido. La miro a ella entera,
pero despedazada de veras. Por dentro y como si todo su cuerpo no
fuera sino sólo un pedazo de materia olvidado, cercenado de lo
que antes fue. Toda ella, es decir, un órgano palpitante abortado,

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