Page 152 - Antologia_2017
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NOVELA

    ¿Tendría que relatarlo todo en pasado y no en el tiempo abulta-
do y confuso de hoy?, pero es que me parece que aquello, el pasado,
no existe y que todo es ya puro presente: la memoria y el futuro,
toda una carga. Todo está aquí y todo el tiempo, y el Refugio está
abarrotado y es inhóspito. Todo se recoge en nosotros, en el cuerpo
de mi mujer, que yace sobre la mesa despatarrada en la que alguna
vez comimos, donde la enfermedad la aplasta; la gravedad que la
tumba, aunque no termine de morirse, porque su espíritu, inmóvil
también, atado a la carne, débil, atorado entre los órganos y huesos,
no se decide a abandonarla. Y es él, más bien en ambos, pesado y
perezoso; el espíritu, un esfuerzo inútil y una estúpida simplicidad.
Si bien ahora tengo la sensación, una vez dicho eso, de que el pre-
sente es lo que no existe. Nosotros. Y que el vacío que la naturaleza
aborrece, niega, aniquila, es lo real. Y todo ya fue y todo lo que está
por venir ya viene en ruinas. Sin embargo, sea el caso que fuere,
comprendo de inmediato lo irremediable que es el que estemos aquí,
que existamos aquí, en el Refugio, los dos, aunque todo pudiera
ser, de tan real, una ilusión.

    ¡Qué desastre!

5 (Afuera): casi arrastrándome de tan cabizbajo, con la cabeza en-
terrada entre los hombros, entro al edificio gris del H. Ayuntamiento
del pueblo, donde trabajo en las bodegas. Y es que hoy comienza
una nueva etapa en mi carrera: he sido degradado de una oficina,
de un uniforme de burócrata, a bodeguero. Aunque valdría más
decir que es casi una promoción de mi cargo, ya que lo que hacía
antes era todavía más inútil que lo que haré a partir de ahora. Hago
el intento por dejar fuera, por unas horas, a mi vieja inmóvil y a su
madre. La vida pasiva, la lentitud de todo. Y mientras la voy de-
jando tras de mí como un camino espeso de baba, pasan a mis
costados todos corriendo y todos en uniformes de burócratas o del
ejército en posesión, salvo yo, dije, que traigo otra clase de prisas
y de trapos. Entonces, me detengo. Dentro de estos muros, tan
aseados y blanquecinos, me hurga una sensación vomitiva, y quizá
liberadora: la mentira. Pero me vuelvo, miro los pisos rechinantes
y sigo en línea recta hasta donde el jergón se llena de la suciedad
de los caminos por los que ando, y así todos nosotros, sin importar

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