Page 20 - Antologia_2017
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CUENTO

les acartonadas y rebajadas para no sentir nada, aromatizantes y
guantes para recoger la inmundicia. Una triste alfombra roja man­
chada de todas las cosas posibles y portables.

    –Fue ahí donde conocí todo de él –Gabriela comentó con melan-
colía, sin quitarse la bufanda de la boca–, iluminado por esa luz
roja de neón que anuncia el hotel desde la ventana. Necesito que él
me vea bajo esa misma luz y me diga que ya no me quiere, que ya no
me desea ni siquiera un poquito, que sus poemas ya no son para
mí...

    Mientras Gabriela hablaba, Olivia sintió pena por ella. Se reco-
noció en seguida, cuando era joven y se enamoraba de los muertos
igual. Se apodaba a sí misma La Maga y recorría las calles de la
Mariscal y Juárez con cigarro y copa en mano, cuando cazaba a
sus clientes a las afueras del bar Kentucky, entre más estadouni-
denses mejor, prefería los dólares sobre los pesos. Aunque había
noches tan frías que cualquier billete, sin importar su maqueta-
ción, era bueno. Y terminaba en El Recreo o en el Bar de Eugenio
bebiendo sola. A veces en el pórtico de un local tratando de cubrir-
se del frío con un abrigo corto que mostraba sus piernas tembloro-
sas. También recordó todas esas veces que le hicieron pedazos el
corazón, de cómo lo restauraba y lo incendiaba de nuevo. En ese
momento, que caminaba entre cenizas, la heroína de esos viejos
cuentos sólo observaba cómo los corazones nuevos se precipita-
ban a los mismos abismos lodosos en los que cayó ella, a algunos
agujeros que cavó incluso por sí misma.

    –Hermosa –le dijo–, sólo has venido aquí a que te rompan el
corazón.

    Gabriela no dijo nada, de cierta forma lo sabía. Ella sólo le exi-
gía un final digno, alguna sentencia gloriosa que cerrara su segun-
da década de vida, algo que pudiera reconocer en alguna canción
o brindar por ello. Olivia sonrió y dirigió su mirada a Enrique.

    –Ve a la habitación doscientos cuatro y cambia al tipo a la dos­
cientos siete –le ordenó.

    –Pero... ¿no se va a molestar? –preguntó Enrique.
    –Entró tan ebrio que ni lo va a recordar mañana que despierte.
    Enrique sólo hizo una mueca de indiferencia y caminó lenta-
mente a las escaleras. Olivia le señaló a Gabriela que lo siguiera.

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