Page 22 - Antologia_2017
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CUENTO

tía miedo de que él no apareciera y pusiera como excusa lo peli-
groso que era manejar con las calles congeladas. Alguna vez, le
contó, había derrapado su camioneta en una nevada, impactó la ace­
ra y reventó su neumático. Desde entonces no había vuelto a ma-
nejar bajo tormentas de nieve o en condiciones de mucha lluvia.

    La habitación era fría. El calefactor viejo de barras eléctricas
no funcionaba desde hacía veinte años, por lo que no se quitó su
abrig­ o, sólo desenredó la bufanda de su cara y se sentó en la cama.
Pensó que no era tan buena idea que llegara. Se derrumbó con sus
brazos extendidos. Miraba el techo rugoso, muy deteriorado ya.
Ante el abrumador silencio su respiración se volvió homogénea,
un chiflido agudo por tener la nariz algo congestionada. La tempo-
rada de invierno le producía un terrible malestar. Se sentía enfer-
ma de noviembre a febrero.

    Si su madre supiera que se encontraba sola en un hotel de mala
muerte la mataría antes que cualquier delincuente. No sería la pri-
mera vez, a los quince años la mató cuando la corrió de casa y tuvo
que vivir con una tía por seis meses, o cada que discutían y siem-
pre daba la razón al machista de su hermano. Esas bofetadas se-
guidas por un silencio atroz y miradas asesinas. Ahora que Ga­briela
estaba en la universidad, era su orgullo, la única de la familia que
realmente haría algo de su vida.

    Ella se sentía presa de todo: de su casa, de la escuela, del traba-
jo en un restaurante de comida rápida. Entonces descubrió la lite-
ratura y el amor en una sola persona. Le encantaba su panza que
cubría con ropa escogida cuidadosamente para verse más delgado,
su sonrisa de dientes chuecos y colmillos afilados, su cabello des-
peinado para verse más joven y pintado de castaño para cubrir las
canas. Gabriela no entendía esa batalla encarnizada que tenía con-
tra la vejez, cuando su mayor atractivo siempre fue la totalidad de
su pensamiento, lo vasto de su cultura y puntual razonamiento. Se
perdería horas escuchándolo hablar de escritores clásicos y criti-
cando las nuevas corrientes, ver su pasión por las pinturas barrocas
y enojarse por el arte moderno que aberraba con el alma. Nun­ca ol­
vidaría esas clases cuando dijo que la cumbre de la literatura uni-
versal sucedió con el parricidio de Los hermanos Karamasov, o
cuando se quedó sin aire por leer fielmente el monólogo final de

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