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GABRIEL VELÁZQUEZ TOLEDO

Su madre sabía que desde chiquito era mampo, por eso lo mal-
trataba, para que se le quitara lo maricón. No lo logró. La putería
se le salía por los poros. Creyó que aquí las cosas iban a ser más
fáciles, pero llevaba dos días sin comer. Fue lo primero que hice
por él. Ya que estuvo más repuestito me lo llevé a mi casa para
que se cambiara. Necesitaba dinero. Yo sólo sé hacer una cosa
así que le dije:

    –Mira aquí la que no es puta, no disfruta. –Aceptó acom­
pañarme. Aquella noche le enseñé lo que pude del negocio y lo
llevé a la esquina para presentárselo a las mu­chachas. Tuvo mu-
cha suerte, nos levantaron a una fiesta. En ese entonces todavía
vestía como niño, pero con las muchachas la putería empezó a
desatársele bien pronto; es que eso se trae en la sangre.

    Cruzamos la calle. Me toma del brazo y me lleva con rumbo
al hotel. Se da cuenta que empiezo a ponerme nervioso, así que
trata de consolarme relajando su tono de voz.

    –¿No habrás creído que la cosa iba a salir gratis verdad?
    No digo nada, la dejo pedir la habitación y la sigo mientras
continúa hablando.
    –Conmigo aprendió muchas cosas, a maquillarse por ejemplo.
Bien maquillada se veía preciosa. Le prestaba pelucas y hasta
vestidos, era como tener una hermanita. Las muchachas también
le tenían cariño y su carita joven le ayudaba bastante, en menos
de un mes tenía suficiente clientela como para no preocuparse de
trabajar por las tardes. Después hizo fama, así como me encon-
traste ella ya no tenía necesidad. Andaba con un disque maestro
de la Universidad que le regalaba libros. En esa época fue que se
inventó que sería Herminia y ya no Armando.
    Llegamos a la habitación. Abrió la puerta y entró primero. En-
cendió la luz y arrojó, sin ver a dónde, su bolso, que dio directo
en uno de los taburetes de la cama. Se metió al baño a toda prisa
mientras yo dejaba mi mochila en la mesa, aunque sin perderle
de vista. Tomé la grabadora de bolsillo y la puse para no perder de-
talle. Ella salió con el cabello recogido y el rostro mojado.
    –Hace algunos meses una camioneta blanca empezó a pasar
por ella todas las noches a la misma hora. Sabíamos que ya
había agarrado patrocinador seguro. Pura envidia de la buena

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