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RAFAEL VILLEGAS

no podía habitar en casas viejas y oscuras. La revista sugería re-
modelar las casas siguiendo las propuestas de los arquitectos y
diseñadores de interiores más afamados. Uno de ellos, francés,
aseguraba que la casa del futuro tenía que ser blanca y limpia,
un lugar para que las familias, rodeadas de luz y grandes espa-
cios vacíos, pudieran ser felices, como nunca antes en la historia
de las familias. Si la economía lo permitía, los expertos recomen-
daban que se tumbaran todas las casas antiguas y se construyeran
en su lugar hogares modernos e inmaculados. Mi madre de inme-
diato exigió a mi padre que echaran abajo la mansión que, según
ella, era culpable de toda su infelicidad. Además de mí, claro.
Aunque era millonario, mi padre no quiso levantar una nueva
casa sobre las ruinas de la vieja mansión, por lo que optó sólo por
remodelarla, habitación por habitación, dándole así gusto al afán
modernizador de mi madre.

     Comenzaron con el baño de mi habitación. Luego sigue tu
cueva, me amenazaron. Pero no hubo tiempo para que realmente
me preocupara, pues pronto, como suele suceder con los capri-
chos, mi madre se olvidó de la remodelación cuando se volvió
presidenta local de la Liga de la Decencia. Por ese mismo tiempo,
mi padre, médico, comenzó a dedicar casi todo el día a sus enfer-
mitos, así decía él. Yo pasaba, mucho más que antes, largas horas
solo. Es verdad, tenía edad para ir a la escuela, pero mis padres
habían decidido que no tenía caso inscribirme y gastar en la cole-
giatura, pues de todos modos moriría pronto. Se me notaba la
muerte en la cara.

    Otra habitación que me gustaba de la casa era la biblioteca.
Ahí aprendí a ser listo. La biblioteca era un sitio oscuro y lleno de
polvo en el que había toda una pared cubierta por libros de grue-
sas pastas y hojas que se rompían apenas tocarlas si uno no tenía
cuidado. Al parecer, nadie había entrado a la biblioteca en años,
tal vez décadas. Antes de descubrirla, yo estaba seguro de que se
trataba de otro baño. Tal vez mis padres pensaban lo mismo.

    Había libros de muchos temas: animales, medicina, astrono-
mía, ingeniería, historia de las batallas y cocina; aunque los había
hojeado todos, en realidad sólo dediqué tiempo de lectura a los
libros sobre mitología y cuentos de hadas. En esos libros casi

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