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NOVELA

ludaron. Otros cayeron casi al instante. Uno a uno, los veintisiete
murieron. No sé si creían en Dios o en la Virgen o en el universo
infinito, pero en ese momento, en medio del gas y la trinchera, es-
tuve seguro de que sólo creían en los hombres, en ellos mismos.

    Es probable que sí me llamaran Pocasangre por cobarde. Pero
también existe la posibilidad de que supieran que yo no era como
ellos. Que lo supieran y me perdonaran por no serlo, por no qui-
tarme la máscara, por mirarlos a todos caer como animales final-
mente alcanzados por una garra o un colmillo ineludible. Me
pareció entonces que estaba ahí sólo para verlos: eso es. Pensé
además que lo que vi esa tarde no era el mundo, sino algo más
escurridizo, algo que atraviesa y se esconde en los entresijos del
alma del mundo. Nací de ver. Nací porque quise y porque tuve
que nacer. Pocasangre, me decían los que murieron: tú eres Po-
casangre.

    Nací de verdad en la guerra, aunque antes nací de otra manera.

Debo remontarme más allá de mi nacimiento para explicar la pe-
culiar circunstancia de mi existencia. Yo soy un fantasma en el
cuerpo de un vivo. Me explico.

    He tenido dos vidas, una breve y otra larga: la primera más
desgraciada que la otra. En mis dos vidas me llamaron Raúl Ven-
tura, aunque en la primera nadie estuvo a mi lado cuando morí.
Era una noche de noviembre, cuando el viento comienza a helar
los pies y ninguna cobija es suficiente. La luna estaba llena, bri-
llante como una moneda recién acuñada.

    Yo era un fenómeno desagradable a la vista. No vale la pena
describirme. El médico que atendió mi nacimiento fue el primero
que me vio. Jamás me olvidó, seguramente, aunque lo habrá in-
tentado muchas veces a lo largo de su vida. Alguna vez escuché a
mi madre decir que cuando era bebé tomaba más jarabe para la
tos que leche. Porque era enfermizo, además de ser un fenómeno.
Llegué a conocer fenómenos saludables, pero eso pasó durante
mi segunda vida. Mi madre era exagerada, pero era verdad que
yo tomaba litros y litros de jarabe para la tos. Si le hubieran pre-
guntado al médico que atendió mi nacimiento, no habría dado
cinco centavos por mi futuro. ¿Quién lo hubiera hecho?

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