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RAFAEL VILLEGAS

    Pronto llegué a la conclusión de que mi vida sería corta, mi
primera vida, quiero decir. Sabía que en cualquier momento mo-
riría. Que supiera que pronto moriría no significaba que no qui-
siera vivir. Yo amaba aquella vida, en serio; así, en toda la
extensión de amar y en toda la extensión de vivir. No me impor-
taba que la mayor parte del tiempo la pasara en cama leyendo li-
bros ilustrados sobre mitología y cuentos de hadas. Era un niño y
eso leen los niños. También pasaba horas mirando la ventana.
Muchos niños lo hacen. Aunque he dicho mirando la ventana y
no mirando a través de la ventana. No es un error: no me impor-
taba lo que hubiera afuera; me gustaba el vidrio de la ventana
porque estaba sucio y, sobre todo, porque tenía grietas que apenas
se notaban. Esas grietas parecían caminos entre montañas inac-
cesibles donde, entonces imaginaba, se encontraba la cura de mi
enfermedad. Era un niño, pues.

    Me gustaba la vida dentro de mi habitación. Ahí tenía todo lo
que quería. No necesitaba más, o eso les llegué a decir a mis pa-
dres, quienes me contestaron entre sollozos que eso no era nor-
mal y que como castigo me fuera a mi habitación y no saliera. Es
verdad, mis padres eran algo imbéciles; si me hubieran conocido
un poco mejor, hubieran sabido que mandarme a mi habitación no
era realmente un castigo para mí.

    Cuando era más chico, más niño, mis padres solían llevarme a
pasear al jardín de la casa con la esperanza de que mi actitud
sombría desapareciera. Que paseaba con mis padres es sólo una
forma de decirlo; en realidad, ellos caminaban varios pasos ade-
lante mientras yo los seguía en compañía de la niñera en turno.
Salíamos cuando el sol estaba por meterse, lo que provocaba que
las sombras de los arbustos, las cosas y las personas se alargaran.
Me gustaban esas sombras largas.

    No sé cuántas niñeras tuve durante mi primera vida. Fueron
tantas y todas salieron huyendo, algunas de ellas con mordidas.
También les escupía en la cara cuando podía. Además de horrible,
decían, ese niño es un malcriado. No estoy seguro de que así se
quejaran de mí las niñeras en hipotéticas reuniones secretas de
niñeras que se realizan en hipotéticos clubes exclusivos para ni-
ñeras. No sé si haya clubes de niñeras, pero es probable que sí.

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